El vagabundo de la calle Algarve
Prólogo de Domingo F. Faílde
Algeciras, FMC José Luis Cano, 2002
89 pp. 21x13 cm
Colección Bahía, núm. 36
ISBN: 84-89227-37-3
PVP: --

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Fotografía de calle: mi yo se ha pintado los ojos


El vagabundo de la calle Algarve tiene el cuerpo quemado.
No es preciso París.
No necesito un puente para divisar sus calles,
la miseria ha llegado hasta esta puerta, a tientas.
Calzados Agustín, qué nos importa el nombre,
las botas de charol que demoiselles bourgeoises se ponen en las noches:
ella enseña sus botas y se le ve otro cuero de pisar por la carne.

En el retrato ácido de García Alix, cuando la criatura
se convierte en puttana de las zonas nocturnas y se dice:
en las fábulas ilustradas los bosques al oscurecer se
alargan en pinchudos fantasmas de ojos enormes que
aterran a los niños
que deben atravesarlos de parte a parte en comisiones
absurdas y con cestas de víveres ajenos; pero mis árboles
son así de día,
(y el vagabundo de la calle Algarve, ahí, sentado en
París, dentro de un negativo en blanco y negro,
tiene el cuerpo quemado),
la criatura cruza la arboleda y se parece a mí,
la criatura es mía. La dejaron envuelta en una caja
de zapatos del treinta y nueve escaso. Lleva un ojo
pintado para atravesar la noche.

Me prodigo en abrazos, antes de que aquel cuerpo se me
muera en el sueño. ¿De qué será el incendio
de este cuerpo?
¿Pide la mermelada o el ácido voraz de las estrellas cáusticas?
He salido de tiendas invisibles y el hombre me
pregunta: “¿Siente su piel ajada, como yo?”
He venido a caer en una calle estrecha donde
apenas el tráfico no fue nunca posible. Peatonal,
acaso, delante de esta céntrica zapatería: Calzados
no sé qué, o Herrero S.A. en las páginas amarillas. Publicidad al día.
Y yo pregunto a otro transeúnte que cruzo: ¿no ve
usted, en mí, el pecho lacerado de una cría de loba
que transita la noche?
No me responde nadie.

Mais oui, monsieur, c´est ça la vie, c’est suffisant.
Il n’ a pas de souliers pour manger chaque jour. Il
mange ses souliers pour retrouver la vie.
“¿Y ezo qué lo qué é?”, me increpa el chaval
que me pidió un talego pa sus cosas.
No es preciso París, la calle, mon amour, es un Ganges
de pétalos. Ici, a Jerez. Fotografía en blanco y negro
del cromo hasta el cinabrio, o de la luz a sombra,
una fiesta taurina donde nos pica alguien,
para ver si existimos.
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Fotografía con veladura (Mujer ahogada en la playa de Tarifa)


Si hubiera llegado hoy en un tren.
Si hubiera llegado esta mañana, temprano, muy temprano, en un tren.
Si hubiera llegado, cargada, muy, muy cargada,
extraviada casi, en un terrible tren de pasajeros.
De pasajeros chinos o blancos como yo. De terribles pateras amputadas.
De aviones caídos, de coches, pasajeros de coches con airbag
y os hubiera dicho -casualmente-:
“Yo soy la hija de la hija de la hija de alguien
descendiente directo de Averroes
-panteísta también mi bisabuelo-,
o la tataraalgo del mismo ascendiente de Qahtan Muhammad al-Shaaabi”.

Pero no. “No decir. No pronunciar acaso”.
No podría contaros que mi nombre es normal
descendencia del sur,
descendencia de carne con hilachas,
de tapices hilados con el sudor del sur,
de tiempo de tampones de grasa de camello,
de cubrirme la cara blanca oscura, con dos espejos negros como lunas
aflorando del lienzo, sendas lágrimas como perlas de alcófar,
de escupir un cordero de aromas emblemáticos
contra el viento del norte,
de escupir las palabras al bajar de este tren,
de escupir el silencio de viajeros blancos, oscuros tal la noche
cuando devoran mar,
de escupir tantos pueblos, tantas demarcaciones
pestilentes, con moscas en los labios -sin agua- de los niños,
con oasis de miedo encendidos de rabia,
de escupir en el tren.

Si hubiera llegado esta mañana fría
envuelta en algún tren de madrugada.
Si hubiera llegado sin ropa a esa otra orilla
o
con la ropa mojada de creer
en el señor del norte o en Al-andalus.
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I love you, Fernando (Fotografía realizada bajo Torre Tavira)


La capital es blanca y tiene enormes ojos por arriba.
Blancas torres vigías se distienden para observar el mar.
La calle Plocia, en cambio, desliza ciegamente su trazado hacia abajo
y, en la panadería, aún puedes encontrar ciertos picos,
con sal de blanco Cádiz -taza-, para roer un rato.

I love you, Fernando. Los dos huesos tan blancos de corvina descolgados del cuello que mantuvo la estrecha relación con la mujer castiza que me abrió el universo de lectura. Esto es divertido, me dije aquella noche y me puse a soñar. Los escritores son un mundo de magia, pero, dentro, la magia se convierte en un mundo de dimes y diretes. I love you Fernando con tu muñeca a cuestas, importada por tí de la Chiclana eterna.
Muñecas de Chiclana pasean por Nueva York con peinetas y chanclas.
“Esto es la modernez”, me dijo un cierto escritor de Jerez. “O la osadez” -nos dijo-, en tanto presentaba su revista de nadie, pero siempre de alguien, vaya a ver: de nadie nunca es nada.
Luego llegó ese otro que presentaba todo, y todo era
suyo o pretendía así.

I love you, Fernando, con tus sandalias vivas de andar por la bahía de los vientos y yo, como una loca, releyendo a la Hortensia de la sal que guarda todo Cái en su entrepierna. I love you y bendito, mucho bendito you y very well lo tuyo, y lo de tantos que mueren
asfixiados sin que nadie los suba hasta el rellano que siempre merecieron.
Las calles de este Cádiz van a morir al mar: el amplio océano que se acerca hasta el ficus, se detiene mirando a ese balcón que mira y se miran constantes, se comentan sobre aquella mojarra, el pescaíto, el mosto de narices, las sardinas.

Bujarrones de Cádiz alzan nidos, bailaoras gaviotas que, al pasar, arrastran crisantemos tras su sombra, cristales de la sal contra la sal del mar, los risueños sarasas, maricones, de lo mejor de España.
Las mujeres de Cádiz son más blancas contra la sal del mar,
sus cuerdos cuerpos van tostando en la tarde,
hasta tocar -a dedo- el festivo color del chocolate.

La catedral, al vuelo, va alzando su cúpula hacia terribles cielos bizantinos. Un ambiente de España de Colón se abre, en la mañana, contra muros de noche que
recorres frente al Francia París.
En la mañana incluso, Raimundo va ofertando libros de dos, de saldo,
poemas que tocaron los existencialistas.
Retales de Oscar Wilde, complicidades griegas de Odysseo Elytis.
Blanco es Cádiz, esa ciudad tan próxima al estrecho, tan valiente.

La verdadera valentía
hay que bautizarla en el mar
que traiga el rumor del efecio
a las enormes viviendas de vecinos
que abandone los campos de batalla
que crezca entre el amor y entre los libros
que aparezca con un nombre más hermoso
y se detenga allí
para expulsarla e insultarla
para atarla firmemente y juzgarla.

I love you, Fernando.


Desayuno en la plaza con Pilar, aparcado Platero en las esquirlas de un viento de levante que nos come.

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