El último tren
Chiclana de la Frontera, Fundación Viprén, 2003
66 pp 21 cm
ISBN: 84-933038-3-6
PVP: 8 €

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El último tren


.....................Escucho cada noche cómo una voz purísima,
.....................el muchacho tristísimo que cada tarde muere,
.....................me invita a huir, señalando
.....................con la mirada el mar, el mar, el mar.
....................................Domingo F. Faílde


Cojo el tren.
Cojo el tren de la tarde con la mano,
con la mirada sola.
Sola, yo,
cojo ese tren vacío que me acerca.
Que me derrama y grita en cada vía.
Que me aleja de ti sin la distancia.
Te veo en la ventana de la sombra
de este tren que ahora pasa y se lleva mi cuerpo
y solamente yo, la que no existe, grito.
Y me quedo sentada en la penumbra
-la verde cristalera de este tren
que oscuro me conduce, me zarandea, dice,
va gritando tu nombre y sus palabras
son el último humo de la tarde-.
El paisaje,
este último y verde y armonioso
paisaje de la tarde
-paisaje como un río de la nada-,
paisaje, en la ventana de invisibles ventalles
donde me alojo sola. Estoy flotando
contra tu nombre solo que repite:

- Yo soy la sola tarde de tu vida.

Y, ahora, te amaría
-cuando me veo sola en este tren
y mi cuerpo es el cuerpo que te busca
y no sé ya de mí, porque te supe
y nada ha vuelto ya a ser de otra manera-.
Y ahora dejaría mis manos en tus ojos
y ese tren viajero que llevo entre mis dedos
junto a tus labios verdes de paisaje.
Y ahora, yo, la sola, la deseante en ti
-esa mujer que mira en tu ventana
y tu paisaje vuelve, blanco, hasta hacerle sombra-,
esa mujer de ayer –con el pelo más negro-,
la mirada encendida como casa,
la boca a dos vertientes, como un techado ardiendo,
deja su rosa ahí, en medio del paisaje.
Y ese tren
que la acerca y la aleja y no es el cuerpo,
el que tiene rendido contra un árbol,
que ahora es un árbol solo donde ha escrito tu nombre
-con palabras de sangre, solamente,
está escrito tu nombre-, ese tren que la lleva
a tu recuerdo solo y la destruye,
ese tren que ahora ella va dejando en tus manos
como un viejo juguete de hojalata
-para que tú te rías,
le enciendas tus dos ojos y la beses-,
ahora mismo, ese tren, está abriendo sus puertas;
se para de repente y se detiene
y te invita a subir, y se detiene
y ahora ya ella está adentro y se detiene
y se posa en tus labios, se detiene,
te dice que es el tren y se detiene,
es el último árbol de la tarde –detenido-,
la última ventana de la vida.
Y se detiene
hasta que tú la tomes,
la apreses en tis brazos. Se detiene
y no quiere más vida. Se detiene
sin más rostro que el tuyo. Se detiene
y se sabe parada en tu sonrisa.
Se detiene
porque sabe que, al fin, es ella el tren
y te lleva a su cuerpo. Se detiene
ese cuerpo desnudo
que abandonó hace tiempo. Se detiene,
y ahora te abre sus puertas detenidas.

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El mito de Bronwyn


.....................Eran las eras grises mensajeras,
.....................eran las mensajeras de las eras,
.....................eran las mensajeras de las horas,
.....................eran ya sin mensajelas auroras.
.................................J. E. Cirlot

¿No veis esa mujer que vuelve de las aguas,
que rebrota del mar y nada tiene
sino un verso de luz, posado en las dos manos?
¿Y no sabéis del mito de ella, purificada,
descompuesta en el fuego de la vida,
dando a beber al hombre de su boca,
navegando en el círculo, donde las aves son
pensamientos del otro que descansa?

Ya a nada tendrá miedo.
Ha regresado, muerta, del silencio,
ha venido a la vida de las algas,
envuelta de naufragios, oxidada,
con los corales rotos y la faz toda blanca
-lleva un verso en sus manos, no lo olvides-.

Descalza, va bajando las corrientes,
olvidando ese agua que la deshizo, vuelve
con la mirada fija en un bramante
territorio de amor. Retorna enarenada,
con su velamen yerto,
su cabellera espesa y sus jardines
rebrotados de cieno y violetas.

Con la cabeza erguida cruza por la ciudad,
que es ahora naufragio
del mar que la devuelve. Sabe que ella, la sola,
la muchacha palmípeda, la gris alada, siempre,
conquistará la luz de la mañana
para tornarla –azul- en noche amanecida
y amarrar en la quilla de ese buque
y elevar, contra él, su mascarón
de terrible madera que lo abrase,
lo detenga en el mar
de la corriente sorda de las cosas
y le haga brotar
un magma incandescente y el amor
vaya siempre a deriva de sus horas.

Ella, la tan sumisa al miedo,
se libera de él,
porque el amor la vuelca y la contiene,
porque el amor la incendia y ya no hay mar
donde apagar el fuego,
porque el amor le dona un nombre diferente
y ya no es Alfonsina,
sino María, viva –muerta, en otro, de amor-:
María Celeste.
María enaltecida entre la sombra,
María en esa casa
donde Pablo guardara sus mil llaves
-transformadas en una, que la abre-,
María de la furia ya entregada,
disminuida, rota,
desnuda ante los pies de ese marino
que dejara Cernuda en su silencio,
buscando, tal Leonor, la pluma del poeta,
irrumpiendo en la sal de la sorpresa,
no mirando hacia atrás, sino hacia él, sólo,
con esa ventolera
descabellada y loca del amor.
Girando, locamente, como brújula
y el tiempo ya hechizado en su quietud:
porque todo retorna, con él, a ser posible.

Todo renace así,
debajo de las aguas de las nubes.

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Los amantes


.....................Como una blanca rosa
.....................
cuyo halo en lo oscuro los ojos no perciben,
.....................
como unblanco deseo
.....................
que ante el amor caído invisible se alzara...
..........................................Luís Cernuda


No dejaré ya nunca que la tarde
separe nuestros cuerpos.

He inventado otro mundo tras el mundo,
un cuerpo que no sigue
la dejadez corriente de las formas,
un amor ya varado en tu existencia,
inmóvil como un dios –en cuyas manos todo,
condenado a la muerte, ya no teme
regresar a morir-, de ti ya muerto,
tendido en un yo-ambos
-nadie separa ya la ceniza del viento,
ni los versos del agua, ni el deseo del labio,
ni mi mano, ya rota, de tu mano;
porque la gente teme la quietud del yacente
y el frío de la rosa que sabiendo que es tuya
se ha fundido en mi boca-,
y con la noche encima, violenta y voraz
como una blanca túnica de luz
cubriendo a los dos. Muertos.
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Memoria de Quevedo


Ahora (que, renacida, miro todo
y espero de tu cuerpo la esperanza
-la mano que se abisma en la labranza
de renacer del agua tanto lodo-.
Y ahora que el labio, en luz, yo desenlodo
y en furor y revierto la templanza
aferrada a tu sino, que es mi lanza
-ese morir en muerte que acomodo
a ser río y puñal, camino, fuente,
mercurio, sal, misterio renacido,
infinitud en ti, panal que, recrecido,
sea caudal oscuro, no invidente
sino de luz herido y aplacado:
de agua, polvo eterno enamorado-)...

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