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Conversaciones con Uriel, el pacificador de cosas
Cádiz, Diputación Provincial de, Serv. de Publicaciones, 2001
58 pp 21 cm
Colección Libros de bolsillo de la Diputación de Cádiz. Poesía, núm. 12
ISBN: 84-95388-27-8
PVP: 4,81 €

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A modo de caddis
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La res o la res rei: cosa.
La cosa es que esta cosa es otra cosa
y tú lo sabes, Ángel.
Sabes que la cultura es escultura.
Que la escultura es y no la dejan ser.
Que la cosa es el coso que me embarga.
Que el embargo está hecho y no los echan.
Ten la piedad de mí -aunque no sea tallada por M. Ángel,
aunque no sea preciosa mi silueta,
aunque sepa leer y no sea lectura lo que leo,
aunque te quiera, amor, contra todas las cosas de la cosa,
de la casa del dios que se nos cae entera,
del caso del acoso y del derribo en que viven las letras-.
Por tu misericordia cierta,
por mi placer incierto y por mi furia
y la furia del Ángel Rafael, o del Ángel Miguel,
o el innombrado mío. Por tu mano.
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Acafoth alrededor de mí
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Nunca he entrado en el miedo a la verdad.
Nunca he entrado en la boca del arcángel.
Nunca he sido una cosa que no ha sido.
Nunca he sentido frío de lo frío.
Nunca he vomitado los poemas.
Nunca he sido nunca.
Siempre te he hablado a ti. A pesar de la muerte, sigo hablándote.
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Elegía en el metro de Madrid
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Sería tan sencillo
que la carne pidiese sólo carne,
que la ausencia llamase a otra ausencia,
que el beso derramase sus pinceles
y se dejase asir. Pero el viento domina las constantes
-la contaminación asida-,
una bomba en Madrid es poco fuego,
un etarra en mi alma es poca guerra,
un boquete en mi acera es como un libro
que nos abre sus páginas al gris
de una espera cansada en cada puerta
de una ciudad consumo que nos crece.
¿Recuerdas, Uriel, aquel paseo
por la guerra que era catedral y luego aquel palacio de los Médicis?
-se me han liado el tiempo y el espacio-,
el palacio real, el que era de verdad y nadie lo habitaba,
el de la realeza ida a vivir a otro lado diferente,
como hacemos nosotros, a un unifamiliar perfecto,
a una ciudad callada en este clima frío de Madrid,
cuando, a veces, el sur vuelve a ser en la llama.
Aquí es agosto aún y me persigue
un viento que no existe en ese sur,
un sol que cuando araña allá en mi sur
me muestra tu sonrisa. Unas alas,
plegadas como barcas en la ciudad del sur,
se han abierto unas horas en vaguadas,
como se abrieron antes en la cervecería chica de mi sur
al hablar de las cosas que no eran ningún tema anunciado
-la amistad reconvertida en todo en la presencia-.
La llamada atendida. Dijo alguien
llamado, en ti, Ibn Hazn
que si todo acudía era el dolor.
Y acudía completa, era el dolor
por cambiar constante las tres letras
convertidas en letra primigenia
plegada ante tus alas, Uriel,
y mi literatura amplia
dispuesta ante tus manos, Uriel,
y mi autenticidad y mano
abierta ante tu sombra, Uriel.
Yo, desnuda de mí,
ante el río de un día, Uriel,
en la ciudad dormida, que se llamó Toledo
en tu presencia,
en el candor de ti en cada ojo,
como el buey, Uriel, de Picasso otro día,
como el amor, Uriel, en su constancia verde
o en esa camiseta refractada
con sus rostros de gato en cada pena,
cada segundo exacto de la contemplación.
Oh Ángel, si fuera esta condena tan precisa
para llamarla agua, o cañería rota,
o zulo preventivo al atentado. Pero no,
no tiene nombre fijo y la esclava
¿podrá querer un día prolongar
tanto lienzo en la pena, tanta calle,
tanta ciudad y metros
que la llevan de un lado hacia otro lado
con un poema fijo a cada instante
hasta clavar sus manos en los muros...?
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Canto de al-hayba
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Ángel mío que amaneces el sur después de ser el sur.
Antes de ser el sur, que ahora es sur, tú lo conoces.
Tú sabes de la historia de la historia,
pues antes fuiste hecho sola constelación de ti.
Sola aura de ti, la noche que fue hecha en tu cintura.
Sola luz, esta mano que repasa las hojas de otro tiempo.
Desnuda me presento a tu presencia, que es la sola presencia.
Desnuda yo me oculto en tu sonrisa sola.
Desnuda yo aprendo la vida de mi pueblo, como cosa de ti
-de ti la he recibido-, oh Ángel con sandalias de verano,
Ángel que poda rosas y mantiene la vida en los hogares de la dicha.
Ángel de incomprensión que lo comprende todo en su mirada.
Si miraras el pueblo que te tuvo en tu mirada previa,
cuando tu nombre era pura constelación del nombre,
candelabro, siete formas de ti, Arcángel mío,
siete formas de mí, arrodilladas en forma de heptasílabo,
en forma de acafoth para ahuyentar la muerte a mis espaldas,
en forma de amistad, para lavar tus dedos
en una ceremonia tan ansiada
de Magdalena vuelta hacia la luz,
de Magdalena vuelta hacia la carne, reconvertida en sal
-la Magdalena que antes se llamara Judith, o Eva, nunca Sara,
la Magdalena impura, no obediente al kashrut,
la Magdalena frágil inmersa en el niddah-,
de Magdalena que ama sin esperar el miqveh,
de Magdalena sola, siempre sola, perpetuamente niña.
Ángel mío, Uriel, si me pudiera así reconquistada
con la llave en la estrella de mi cuello,
con el amor herido. Como corza.
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Paisaje con memoria
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Madrid es una nube de casas que descienden
y pasean las formas de la piedra.
Pasean el color de la roca arrancada del gris de las montañas.
De las arterias fijas de Madrid emerge el movimiento en la mañana.
Me he levantado austera y he comprobado el clima.
Una ciudad, ausente para mí, ha tomado mi pulso y mi ventana
se abre nuevamente hacia la luz
porque amaneces todo. Porque gracias a ti, en las esquinas
puedo leer los nombres de los bares,
inauguro fachadas -como arcos de primeras
victorias contra el tiempo-,
dibujo, sinuosas, estas calles, con mis pies hechos alas.
Y tu rostro es de piedra. Tu rostro es cada piedra que yo miro.
Cada trozo de ti se desprende a pedazos y se inunda en mi pecho
donde crece mi alma y me da miedo. Tengo miedo de ti,
ya lo escribí un día: todo el amor es miedo.
Y Madrid despereza sus parques y pregunta
de qué retiro exacto estás formado,
de qué barca sin forma tienes hecha tu tienda,
de qué constelación bajaste tu mano hasta mi vientre,
inseguro y tenaz de parir todo amor.
De qué puñal tus ojos se esconden levemente en artilugios
como gafas de sol que me atraviesan.
De qué pasión total eres el cristo, la cruz y la madera
cuando la hembra Madrid va dispersando
su figura en la sombra de los grises
para elevar, Juan Gris,
la sola dependencia de tu forma.
Madrid ahora mismo, en la mañana,
después de un desayuno de naranjas,
de madroños y osos que dormían,
está resucitando y duele mucho.
Madrid es un trasunto de campanas
que buscan locamente otra ciudad
para acallar sus gritos.
Madrid no existirá si ya no existe
el ala de un arcángel con maletas
dibujando sus huellas en la niebla
de un hotel que es el alma, el coche,
o una jarra muy fría de cerveza.

Madrid es un Van Thyssen, un Sofía Picasso,
un PradoTheotocópuli y un abismo.

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