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Cementerio de nadas
Madrid, Torremozas, 1998
70 pp 20 cm.
Colección Torremozas, núm. 137
ISBN: 84-95388-27-8
PVP: 4,81 €
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.I


Ya hemos vuelto de nuevo al invierno de la lluvia.
Tocamos la gran piedra y su alquimia
nos redujo a cenizas.
De nada sirve, pues, la espesa tundra
de pensamientos firmes que tuvimos.
Hemos bajado al cálculo, nosotros,
los que erigimos torres
y fingimos silencios previamente.
Nuestras manos comienzan a diluirse, empero,
no quedó ningún verso capaz de pervivirnos.
Hemos vuelto al silencio,
al oscuro exactísimo que nadie deseamos.
Las gacelas no vierten sus más ligeros pasos
y hace un frío de vidrio que penetra los huesos.
De regreso al lugar donde nos sobra el nombre,
nosotros, los oscuros, no tenemos ya tiempo.
Los hijos, espantados, huyeron tercamente
y sólo somos miedo en las horas nocturnas.
Hemos vuelto a verter, entre la falda
pútrida de la tierra, nuestras viejas pasiones.
Aquí yacen ahora los más deseados pechos,
las narices perfectas de algún actor de moda,
los pinceles secretos que guardara el pintor
más dentro de sus ojos,
la moral predilecta de algún hijo de Dios
cuyo hábito podrido nos muestra los jirones
de la ambigua materia.
Aquí se desparraman niños,
vaginas no tocadas convierten en caminos
de larvas su pureza,
se desafora el pánico de no ser más besado,
se diluye la fe
como en un territorio de dioses pequeñísimos
que corroen la carne, impunemente.
Hemos vuelto de nuevo al jardín del invierno
a convertirnos tercos en suicidas rosales.
Si existe el jardinero que cuide nuestros tallos
habrá llegado tarde,
la nieve de la duda ahogó todos los cálices
y en el lugar secreto de la corola muerta
flotan lágrimas frías.
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II


Le singulier aspect de cette solitude
Et d´un grand portrait langoureux,
Aux yeux provocateurs comme son attitude,
Révèle un amour ténébreux,

Une coupable joie et des fêtes étranges
Pleines de baisers infernaux,
Dont se réjouissait l’essaim des mauvais anges
Nageant dans les plis des rideaux.

La muerte de la paz o la paloma abierta.
La historia derramada o el silencio.
El chico que murió, aplastado en el Yemen,
cuando el civil surgía de otro pánico.

El parricida austero que matara a la madre,
la idea de la madre, truculenta,
en un charco de sangre.
Esa columba livia del destino.

Aalto, Alvar
En la Maison Carrée, tras el espejo.
Diego Abad de Santillán
Rebelado y final contra el gobierno de la muerte.

Joaquín Abarca
Desterrado a los cielos en mil ochocientos cuarenta y
cuatro.
Abd el-Kader
Derrotado en Damasco.

Cementerios de arena, los nombres confundidos,
intercalados, puestos ante las flores,
tenebrosos y oscuros de los muertos.
Incontables, putrefactos, los sueños.
Extrañas sementeras donde crece
la flor bilis del pánico.
Los cuerpos, macerados, disueltos en vitrales,
con la vida mirando hacia el azogue.

Ordóñez de Montalvo
Cabalga hacia la muerte como Amadís de Gaula.
Periandro de Corinto
Balbuceando, tirano, entre lo oculto.

Pericles de Jantipo
Arrasado por fuegos interiores.
Harrison Salisbury
Contradiciendo aún la guerra fría...

Und plötzlich in diesem mühsamen Nirgends, plötzlich
die unsägliche Stelle, wo sich das reine Zuwenig
unbegreiflich verwandelt-, umspringt
in jenes leere Zuviel.
Wo die vielstellige Rechnung
zahlenlos aufgeth.
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En el principio fue el número


Creárase la soledad,
el doble de ella misma,
e incluso el triple y llegárase al siete de la nota,
al lugar del descanso, al punto geométrico,
al triángulo exacto de la transmigración perenne
-el alma que se escapa entre los brazos quietos
y el triángulo -viejo- con sus catetos rotos-.
Y de nuevo hacia el uno,
hacia la sola agua. Consonancia perfecta
el uno con el dos y cada nota, fija, en esa vibración,
exactamente el doble en las octavas altas.
Creárase la soledad, el infinito nunca de la música,
el punto equidistante entre la nada.
La piel del hombre, un árbol.
En su interior, lo solo y el dos y el tres en su costado
y el cuatro y nuevamente el cinco con sus dedos correctos
y el seis (como de hombre) y el siete del retorno.
El ser, así, girando en desmesura, como un sonido ciego
y un estuche, desnudo en cada muerte.


Pitágoras
Metaponte, h. 500 a.C.
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Cosi fan tutte


Le dijeron, la música,
la música que es dios y un pequeño peldaño
la eleva hacia la gloria.
Ella que se hace ubicua en oscuras catedrales
y entre un arco ojival tiene puesto su grito.
La música es el vals y el trueno es esa música
donde vive la lluvia sus mojadas cavernas.
Le dijeron, la música,
tejiendo entre sus dedos un diapasón sagrado.


Wolfgang Amadeus Mozart
Viena-1791
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El beso de la muerte


Hemos hecho el amor y a fuerza de cadenas
no hemos vencido nada.
La fiera, resurrecta, se imprime en los tejidos,
elaborada ya en el beso primigenio.
Hemos hecho el amor contra las piedras vanas
pero no profanamos el templo de la muerte.
Nuestros cuerpos sedientos murieron en oasis
y ahora Egipto o la esfinge han borrado las huellas.
Un desierto de nadas hemos alzado juntos.
Los genes, en la lucha,
no supieron romper el mecanismo.
Nos matará París y un día Londres
será un lugar inútil.
Se alzará Notre Dame como un templo vacío
y el Big Ben tocará sus horas funerales.

Hemos hecho el amor y nos mató la vida,
la guerra más sangrienta nos la trajo la sangre.


Edward Lawrie Tatum
Nueva-York, 1975
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Marina


Quema la luz intensa esta mañana.
He salido del mar. Tengo la cara llena de algas
trasparentes y atraviesa mis pechos
un enjambre de olas y un espejo ha dispuesto el cielo
a mis espaldas. Llevo sal en la boca.
Venid a conquistarme ese arrecife, repleto de corales,
que me inunda. He salido del fondo de este plancton
y mis ojos son peces en la noche.
Desfiguro mis brazos como lenguas y penetro la tierra
y, profundo, este semen, entre arenas me oculta la verdad.
En qué país habito y el nombre de este mar,
dónde está escrito el nombre de este mar que me atraviesa,
como garganta seca, las agallas.
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Hierro


Y ahora que ya lo sabes,
que has visto este talón de virgen que, descalzo,
te ofrezco en desmesura
y has clavado en mi piel todos los versos
y me has dado la fuerza y me has quitado
de nuevo ese poder.
Y ahora que tú ya sabes,
tan adentro de mí, que existe el fuego
pequeño y asustado de la luz
y que soy débil,
pues mirando este mar me siento nada
y me diluyo abstracta entre la tierra
como un muerto sencillo,
como una alondra muerta que volara,
por debajo de mí, hacia tu mano abierta.
Ahora que ya me puedes
asesinar de un soplo y solamente
me matarás un poco, pues no soy
más que, grisácea y pura, una ceniza.

Ahora, has de saber que la poesía
es la sola razón que me sostuvo.

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