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Juego de damas
Sevilla, Instituto Andaluz de la mujer, 2004
Papel , 2 pliegos (28 p.) 32x14,5 cm
ISBN: 84-7921-115-6
PVP: --

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Contemplando una fotografía de Alma Mahler


Atardece en la estancia. Tras los cristales, Viena.
La elegante mesilla que sujeta la botella vacía.
Alma está recostada y su cabello
deja volar al aire unas ligeras mechas,
en sus labios el dulcísimo encanto del licor
que le consume el tedio. Su música está muerta.
Mahler tiene en sus manos una carta.
Yo la miro de lejos, sus dos ojos
compiten con el mar. Su cuello esbelto
parece estar tallado entre la roca.
Cuando sueña, repite los cálidos abrazos con que Walter
le arranca su agonía.
Miro enfrente de Gustav, de su impotencia justa, de su trato.
Alma, amor mío,
siento cómo tus notas
inundan este cuarto donde te sueño. Alma,
esa música y tu y el sufrimiento amargo de los hijos,
esas calles de Viena con viandantes ocultos
debajo de sombrillas. Sigo escribiendo el libro,
tu rostro en el estante donde el tiempo se anula
y la palabra es sola,
como sola es la música y el viento
que mueve tu vestido, y tú agitas las manos
como si fuese falso el espacio y el poema
fusión, deseo inmóvil,
para arrancar tu cuerpo de la muerte.

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En cuentro en Cádiz con la Monja Alférez

Nos vemos en el puerto,
caminamos tranquilas hasta llegar al amplio
balcón donde el océano se mira con la tierra.
Catalina se sienta en una roca,
cruza ambas piernas y suspira
—un respirar adusto, casi el fuerte
susurro de una ola cuando rompe—.
Me cuenta que su pecho no ha crecido,
que mató a varios hombres,
que en días de menstruar
se retira a los montes y se azota
para no usar el cuerpo.
Va narrando la forma en que las indiscretas
comprueban su virtud y queda libre
de las cargas que hubieran de pesarle.

Es amplia, pero sus manos fuertes
revuelan cual pañuelos al señalar el mar:

—Ves -me dice—, lo he cruzado mil veces.
En la tarde, el olor del salitre es más intenso.

La miro, esa mujer
atravesó la muerte en el designio
de romper ese canon para siempre.
Se acercó a mi memoria y, en un rictus
de placer y violencia,
cuidando del jubón y el lustre de sus calzas,
arrojó un salivazo contra el suelo.

Luego, suavemente, se acarició el mentón
—tal vez fuera un detalle o la memoria
de la niña que fue en aquel convento—
y prosiguió contándome:

—Lo supe desde entonces.
Preferí pelear a una vida de hastío.

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La memoria desnuda de Hypatia


Bajo un perfil perfecto, matemática,
cada día embellece sus formas y su anhelo.
La filósofa es bella,
Teón la quiso hacer como una diosa.

Sentada ante sus ojos, desde pequeña aprende
los más grandes saberes. La aritmética
de Diofanto no impide ser hija de Plotino.
Mas es necio saber, es cosa de paganos
aprender como griego.

Escolástico cuenta que la amable muchacha,
que dejaba acercarse a quien quisiera
filosofar un tiempo, iba en su carruaje,
cuando torpes borrachos de la fe
la tiraron al suelo, la dejaron desnuda,
laceraron su piel con caracolas,
hasta hacerla morir.

Así paga la vida a los que sueñan.

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