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Ángel oblicuo
Bornos, Ayuntamiento, 2006
84 pp. 21x15 cm
Colección de Poesía Villa de Bornos
ISBN: 84-689-6142-6
PVP: --

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Ángel del paraíso de la carne


De perfil en la noche lo veía
como arcángel en llamas, señalándome,
y una rosa ya ardida de lujuria
era mi donación, mi ofrenda abierta
que pedía el alfanje en sus adentros.

De luz, todo su rostro en arrebol,
y de tormento y agua su cintura.
El umbral de mis pechos anegándose
y una palabra sola
ordenando ese fiat de la carne.

Tal llamarada, el tiempo -un lecho blanco-.

De cal enfebrecida eran las sábanas
que cubrieran la rosa más negra del origen.
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Flash


Desfloró y deshojé. Sus manos, abanicos.
Mis manos, dos argollas, y un silencio
penetrando la estancia y, ahí, la noche.
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Transmutación


Lo tenía desnudo y ya dispuesto
a penetrar mi cuerpo, igual tendido,
cuando la musa vino y un poema
depositó en mis ingles, tremolando.

Él, se acercó, despacio, y con saliva
borró toda palabra y en su sitio
una huella sembró de sal ardiendo.
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Ascensión precipitada del arcángel


Se irguiera tan deprisa que las alas
se enredaran del pubis de la rosa.
La sonrisa formando un arco-iris
sobre el pecho de ella, que gemía.

Los dos ojos dejaran
un velo de memoria sobre el tálamo.
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Peau d’ange


Tan blanca era su piel que mi deseo
lo manchó con el humo de los sueños.
Mis dedos se le anclaron en el rostro
y mi lengua sorbió todas sus dudas.

Tan blanca era su piel que mis dos labios
encendieron el día de su carne.

Tan blanca era su piel que un ave pura
se me escapó del vientre hacia su boca.
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Petición de milagro


Ponme la mano aquí y vierte ahí tu lengua
y desliza tu rama de almendro casi en flor
y vuelca tu ceniza, nuevamente, en mis piernas
y recoge el rocío que derramo
como un collar de perlas enroscado en tu aliento.
Cambia, después, el orden y ponme, ahí, ese pétreo
instrumento de fuego que florece.
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Ofertorio del ángel


El ángel puso el pan sobre la mesa
y yo puse la mano y lo tomara,
lo llevara a mi boca y fui cerrando
los ojos y perdiéndome en la lluvia.

El ángel me ofrendó, con su lascivia,
la última pureza de la tarde.
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Duda


Pasa la vida, cruza
como un bajel de humo. Cada pájaro
se asienta en una rama, ya exhausto
de su volar de pájaro. Vuelo en ti
cuando cada pestaña abre sus alas
y las manos se inclinan al vacío
y mi lengua se alarga, hasta tocar la tuya.
Ardida nuevamente y desolada,
pongo mi rostro aleve sobre el mástil dormido
y transito las horas que destino al descanso.

Aún no sé distinguir
en qué lado del día están los sueños.

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