La quejumbrosa vida de John Stemberg
en Del soneto al cómic
El Puerto de Santa María, El Ermitaño, 1997
81 pp. 21x15 cm
Colección El Ermitaño, núm. 5
Agotado
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acicálate pues con tu perfume último y ven a ver el libro que se abre en las esquinas. ven a deletrear. con la t se desnudan cien millones de tiendas. te ofrecen sus espacios como si fueran senos. masas de necesidad latentes. pequeñísimos sexos repletos de objeciones. con la c se abre en dos el ciervo que es carnal. flor de carnicerías. el pollo y el conejo. los huevos que sirvieron para ampliar el mundo. toda la cal sureña huyó de nueva york. lloran los edificios. se evapora su pena. el cristal que ahora es nube se opaca tras la noche. john qué john. stemberg. stemburg. slander. sparing. spark. spittle.
john................................................................................................................................spleeny.
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Hubiera sido Wagner
...........................................A mi padre muerto
...........................................como si hubiese dicho sólo:
...........................................Lázaro, sal fuera,
...........................................y nos volvimos luego, ya caída la tarde...
.......................................................José Ángel Valente
Hubiera sido Wagner
cerrara bien los ojos
parecieran las manos
cristal almidonado u oro puro.
Su cuerpo se extendiera desde el marfil al frío
lentamente.
Estallara su boca como una rosa a fuego
lentamente.
Su voz como otra voz en el silencio fúnebre.
Hubiera sido Wagner.
Hubiera sido él
de no ser porque nada llegara a despertarle.
Hubiera sido así
pero asimismo no era sino una ausencia exacta.
Hubiérase parado mirándome y un beso
perfilara en mi sien aún lentamente.
Extendióse una caja
y no logró escapar de aquellas lindes.
Su párpado era voz,
el frío de su piel llameaba la vida.
Era su cara un día de otoños imprevistos.
Yo le llamaba aún:
Padre eh padre Juan
invencible despierta.
Me alargaran la mano
detrás de alguna infancia de cristales punzantes.
Recordé viejas horas,
calendarios de miedo
anidaban sus ojos tal vez más polvorientos.
Me alargaran la mano y esa ausencia
se aferrara a mi sangre.
Padre eh padre Juan
entrañable despierta.
La caja fríamente le cerrara las puertas.
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Madrid, Torremozas, 1998
70 pp 20 cm.
Colección Torremozas, núm. 137
ISBN: 84-95388-27-8
PVP: 4,81 €
Ya hemos vuelto de nuevo al invierno de la lluvia.
Tocamos la gran piedra y su alquimia
nos redujo a cenizas.
De nada sirve, pues, la espesa tundra
de pensamientos firmes que tuvimos.
Hemos bajado al cálculo, nosotros,
los que erigimos torres
y fingimos silencios previamente.
Nuestras manos comienzan a diluirse, empero,
no quedó ningún verso capaz de pervivirnos.
Hemos vuelto al silencio,
al oscuro exactísimo que nadie deseamos.
Las gacelas no vierten sus más ligeros pasos
y hace un frío de vidrio que penetra los huesos.
De regreso al lugar donde nos sobra el nombre,
nosotros, los oscuros, no tenemos ya tiempo.
Los hijos, espantados, huyeron tercamente
y sólo somos miedo en las horas nocturnas.
Hemos vuelto a verter, entre la falda
pútrida de la tierra, nuestras viejas pasiones.
Aquí yacen ahora los más deseados pechos,
las narices perfectas de algún actor de moda,
los pinceles secretos que guardara el pintor
más dentro de sus ojos,
la moral predilecta de algún hijo de Dios
cuyo hábito podrido nos muestra los jirones
de la ambigua materia.
Aquí se desparraman niños,
vaginas no tocadas convierten en caminos
de larvas su pureza,
se desafora el pánico de no ser más besado,
se diluye la fe
como en un territorio de dioses pequeñísimos
que corroen la carne, impunemente.
Hemos vuelto de nuevo al jardín del invierno
a convertirnos tercos en suicidas rosales.
Si existe el jardinero que cuide nuestros tallos
habrá llegado tarde,
la nieve de la duda ahogó todos los cálices
y en el lugar secreto de la corola muerta
flotan lágrimas frías.
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II
Le singulier aspect de cette solitude
Et d´un grand portrait langoureux,
Aux yeux provocateurs comme son attitude,
Révèle un amour ténébreux,
Une coupable joie et des fêtes étranges
Pleines de baisers infernaux,
Dont se réjouissait l’essaim des mauvais anges
Nageant dans les plis des rideaux.
La muerte de la paz o la paloma abierta.
La historia derramada o el silencio.
El chico que murió, aplastado en el Yemen,
cuando el civil surgía de otro pánico.
El parricida austero que matara a la madre,
la idea de la madre, truculenta,
en un charco de sangre.
Esa columba livia del destino.
Aalto, Alvar
En la Maison Carrée, tras el espejo.
Diego Abad de Santillán
Rebelado y final contra el gobierno de la muerte.
Joaquín Abarca
Desterrado a los cielos en mil ochocientos cuarenta y
cuatro.
Abd el-Kader
Derrotado en Damasco.
Cementerios de arena, los nombres confundidos,
intercalados, puestos ante las flores,
tenebrosos y oscuros de los muertos.
Incontables, putrefactos, los sueños.
Extrañas sementeras donde crece
la flor bilis del pánico.
Los cuerpos, macerados, disueltos en vitrales,
con la vida mirando hacia el azogue.
Ordóñez de Montalvo
Cabalga hacia la muerte como Amadís de Gaula.
Periandro de Corinto
Balbuceando, tirano, entre lo oculto.
Pericles de Jantipo
Arrasado por fuegos interiores.
Harrison Salisbury
Contradiciendo aún la guerra fría...
Und plötzlich in diesem mühsamen Nirgends, plötzlich
die unsägliche Stelle, wo sich das reine Zuwenig
unbegreiflich verwandelt-, umspringt
in jenes leere Zuviel.
Wo die vielstellige Rechnung
zahlenlos aufgeth.
,
,
,
,
En el principio fue el número
Creárase la soledad,
el doble de ella misma,
e incluso el triple y llegárase al siete de la nota,
al lugar del descanso, al punto geométrico,
al triángulo exacto de la transmigración perenne
-el alma que se escapa entre los brazos quietos
y el triángulo -viejo- con sus catetos rotos-.
Y de nuevo hacia el uno,
hacia la sola agua. Consonancia perfecta
el uno con el dos y cada nota, fija, en esa vibración,
exactamente el doble en las octavas altas.
Creárase la soledad, el infinito nunca de la música,
el punto equidistante entre la nada.
La piel del hombre, un árbol.
En su interior, lo solo y el dos y el tres en su costado
y el cuatro y nuevamente el cinco con sus dedos correctos
y el seis (como de hombre) y el siete del retorno.
El ser, así, girando en desmesura, como un sonido ciego
y un estuche, desnudo en cada muerte.
Pitágoras
Metaponte, h. 500 a.C.
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Cosi fan tutte
Le dijeron, la música,
la música que es dios y un pequeño peldaño
la eleva hacia la gloria.
Ella que se hace ubicua en oscuras catedrales
y entre un arco ojival tiene puesto su grito.
La música es el vals y el trueno es esa música
donde vive la lluvia sus mojadas cavernas.
Le dijeron, la música,
tejiendo entre sus dedos un diapasón sagrado.
Wolfgang Amadeus Mozart
Viena-1791
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El beso de la muerte
Hemos hecho el amor y a fuerza de cadenas
no hemos vencido nada.
La fiera, resurrecta, se imprime en los tejidos,
elaborada ya en el beso primigenio.
Hemos hecho el amor contra las piedras vanas
pero no profanamos el templo de la muerte.
Nuestros cuerpos sedientos murieron en oasis
y ahora Egipto o la esfinge han borrado las huellas.
Un desierto de nadas hemos alzado juntos.
Los genes, en la lucha,
no supieron romper el mecanismo.
Nos matará París y un día Londres
será un lugar inútil.
Se alzará Notre Dame como un templo vacío
y el Big Ben tocará sus horas funerales.
Hemos hecho el amor y nos mató la vida,
la guerra más sangrienta nos la trajo la sangre.
Edward Lawrie Tatum
Nueva-York, 1975
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Marina
Quema la luz intensa esta mañana.
He salido del mar. Tengo la cara llena de algas
trasparentes y atraviesa mis pechos
un enjambre de olas y un espejo ha dispuesto el cielo
a mis espaldas. Llevo sal en la boca.
Venid a conquistarme ese arrecife, repleto de corales,
que me inunda. He salido del fondo de este plancton
y mis ojos son peces en la noche.
Desfiguro mis brazos como lenguas y penetro la tierra
y, profundo, este semen, entre arenas me oculta la verdad.
En qué país habito y el nombre de este mar,
dónde está escrito el nombre de este mar que me atraviesa,
como garganta seca, las agallas.
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Hierro
Y ahora que ya lo sabes,
que has visto este talón de virgen que, descalzo,
te ofrezco en desmesura
y has clavado en mi piel todos los versos
y me has dado la fuerza y me has quitado
de nuevo ese poder.
Y ahora que tú ya sabes,
tan adentro de mí, que existe el fuego
pequeño y asustado de la luz
y que soy débil,
pues mirando este mar me siento nada
y me diluyo abstracta entre la tierra
como un muerto sencillo,
como una alondra muerta que volara,
por debajo de mí, hacia tu mano abierta.
Ahora que ya me puedes
asesinar de un soplo y solamente
me matarás un poco, pues no soy
más que, grisácea y pura, una ceniza.
Ahora, has de saber que la poesía
es la sola razón que me sostuvo.
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Miranda de Ebro, Ayuntamiento de, 1999
45 pp 21 cm
ISBN: --
PVP: --
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No hubiera amor más grande
...........................................He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos
...........................................por la locura, famélicos, histéricos, desnudos...
.......................................................................Allen Ginsberg
Ese de cuya sangre emerge la condena,
el que veis, ahí, muriendo, casi deshecho y frágil,
es mi padre.
Me niego a confesaros que lo fue
porque su carne vieja,
su mirada podrida, es la de un hombre.
Y es su muerte mi muerte, es mi condena.
Él, que apilaba imperios de sonrisas,
que acariciaba el mar y agarraba en la noche
pedazos de fantasmas que le amaban,
ahora, es sólo un fantasma.
Mi padre es el fantasma que recuerda
que sí existe la muerte, que es un cáliz,
que es un pozo fatal, que es otra cosa
distinta a esta desgracia de ser hombres
condenados a esto. Este que veis aquí,
tendido ante la sangre de mi sangre,
este cristo llagado que, sin nombre,
babea y nada puedo a su costado,
es un muerto de amor, es otro muerto.
No toquéis esos ojos de mi padre,
no enturbiéis su presencia,
dejad que en su crueldad ame la muerte
como me amara a mí,
encendida de pus en la mañana.
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Hijos de la locura
.......................................................Si Esta es Su obra, no os quejéis a mí,
.......................................................yo no tengo nada que ver...
............................................................Jaime Jaramillo Escobar
Hoy me he puesto la ropa del loco que no he sido.
Hoy soy ese filósofo que nunca se creyó sus premisas.
Hoy soy el sacerdote que adora todo, al fin, menos lo cierto.
Hoy soy el talismán, el imán que no supo mantener su palabra,
el profeta que adivinó el pasado,
el dios de cuya cruz arrancaba otra cruz y, así, hasta agruparse miles.
De clavos que no pinchan soy fakir, soy neón que no alumbra.
Soy el átomo que fusionó su cuerpo contra el miedo.
No soy exactamente yo, sino otro yo que -austero- me persigue.
Soy el diablo mismo de mí mismo,
soy crimen y alabanza, soy estero donde vuelan los ángeles.
Soy el pez que se muerde la cola, el envés del espejo,
el puñal que no mata,
las palabras que incendian las palabras.
Soy un nido de cuervos. Soy el ojo de un ciego que no sueña.
Hoy me he puesto hasta la piel del loco y he creado.
Mirad mis criaturas que se mueven, que retozan y brincan entre lágrimas.
Acercadles la mano y acariciad sus hojas, no tienen más infierno que este verso,
condenadas a mí, soportan mi dolor. Terriblemente solas, ya paridas,
se acercan titubeando hasta vosotros, como si fueseis dioses.
Y os adoran.
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Canto a los dioses de Micenas
.................................................IGNER
.................................................REGIN INGER
......... ....................................................................IGNI
.....................................................................INRI
................................................INGER REGIN
.......................................................J. E. Cirlot
Si vinieron los dioses, si caminaron juntos,
si nosotros no somos exacta descendencia de la tierra,
si soñamos, porque alguien nos obligó a soñar,
tennos en cuenta, tierra, nuestra propia miseria,
nuestras alas que pudieron volar, nuestro silencio
de abandonados previos, nuestra propia locura,
fruto de la locura de los dioses,
y ofrécenos jacintos que inauguren
esos rincones ciegos de las ingles.
Nos dieron la manzana por juguete,
nos hicieron pequeños y, a pesar,
pudimos alcanzar tanta locura.
Cúbrenos ya, señor, señores que vinisteis
a conquistar la tierra cual piratas,
que enseñasteis la luz a los indígenas
que no querían morir.
Cúbrenos ya de lodo y haz que el hombre
derive por un día de ese fango,
porque pesa la casta y es muy triste
abandonar la nada en que vivimos.
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Historias de snack bar
Jerez de la Frontera, EJE, 2000
59 pp 23 cm
Colección Ejepoesía, núm. 1
ISBN: 84-95570-00-9
PVP: --
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A modo de tertulia
Dijo él: un jinete de oro es la poesía.
Pero mata, aseveró el poeta.
La mujer que cantaba inició un heptasílabo, mientras
con sus zapatos de charol agrietado zapateaba.
Agregó el camarero: la poesía es eso
de que no come nadie;
y el cliente que comía garbanzos
arrojó uno al suelo, a modo de metáfora.
Un poema es un poema, indicó un catalán
en un idioma antiguo que sonaba más bien a arameo.
Pero un poema no es sino la esencia exacta de la estética,
teorizó un filósofo.
Si elevamos catorce al cuadrado nos daría un soneto,
evidentemente alejandrino, gritó, alejado, el matemático.
Pero él continuó: un caballo de mirra es la poesía.
Y nadie le hizo caso, porque todos
defendían tan sólo un teorema.
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Pensando en ti
.............................................................Sencillo homenaje a Goytisolo
I
Ya está en el vacío. Pero dime ahora:
¿Es acaso el vacío ese desorden de huesos y de labios,
esa árida constelación de sangre,
todo ese negro tráfico,
ese ir y venir de familiares, ambulancias,
vehículos varados o esa niña,
paralizada siempre en esa hora en que tú la pensaste?
Ya estás en ese litio del destiempo.
Pero duele aún la no existencia,
se perforan los ojos con la pena
(después de perforarse contra el pánico).
Se es poeta aún detrás de la palabra,
cuando suena, tan sólo, esa triste guitarra de la muerte
y es la tierra un laúd, un terrible laúd que no acompaña.
Ya estás, de nuevo, en el alcohol del viento,
en el negro cansino de la noche,
en el silencio eterno de ese público
que escuchó para ti.
¿De qué sirve morir en una tarde
de casi primavera atropellada?
¿De qué sirve volar hasta ese mar
de pavimento duro, si no hay
contestación a esto, entre tu idea?
Pensando en ti escribo, no sé decirte nada más,
pensando en ti, pensando en ti.
Por eso siempre...
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II
Como vuela el Aleph hacia la nada,
hacia esa mancha gris de Buenos Aires,
hacia esa ceguera de los árboles,
secos ya en la memoria de las cosas,
hacia ese océano.
Como canta el Aleph con voz de cíngaro,
pretensión de poeta, antimateria,
oscuridad eterna en la palabra.
Murió en Alejandría, va diciendo.
Va gritando: murió. (Pero no muere).
... pensando en ti, pensando en ti,
como ahora pienso...
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That bloody poniard of the love
Me hablaron del amor, mas qué era eso.
Las mañanas llevaban el color del amor
y no se percibían sus dedos amarillos.
Buscamos el amor.
Arduamente buscamos el amor.
En millones de tiendas encontramos
objetos muy preciados. Abanicos antiguos,
ajados abalorios de reinas y princesas,
relojes que, aún muertos,
conservaban las horas por estética.
Preguntamos: ¿Eh, Sir,
conoce usted el peso del amor,
sabe de aquel entonces cuando existía puro
y podía obtenerse, tal vez, a poco precio?
Oh, no, mí no saber el precio del amor,
pregunte usted otro comercio,
mí no tener amor, señor,
ser very difícil encontrar el amor,
pero no sufra:
mí tengo sucedáneos del amor,
slips muy atractivos, orquídeas muy baratas,
preservativos verdes con sabor a café.
No se puede, señor, pedir caviar
en ciertas ocasiones.
Entré en una taberna y allí encontré el amor.
Tomamos otro tinto de verano.
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Colofón
Estaba ahí
-les veía pasar-, sentado en la mamoria,
frente a un snack bar del centro. Federico
recogía los versos, los doblaba.
Había un rascacielos en sus sueños de muerto.
Con alegres bermudas recorría New York.
en un papel de lujo de una revista nueva.
Sólo este fotograma le acercaba hasta mí
en un rincón del mundo. El gran Dalí,
una chuleta sola frente a la piel del tiempo, los relojes,
desprendiendo las horas blandamente,
los ojos de Mae West reblandecidos.
La sonata de Parsifal oída, tarareada por Wagner, Nibelungos,
Mathilde Wesendonck lavándose las sayas. Baudelaire
rimando flores agrias de amor para sus gatos. Alfonsina
con un barco en las ingles. Juana de Ibarbourou
columpiándose terca en una higuera
que el tiempo iba creciendo y, en su rama,
el cuervo de Edgar Poe emitiendo graznidos.
La vida era una noria y giraba, giraba,
giraba, giraba, giraba...
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Ilustraciones de Clara Calvo
Valladolid, El Gato Gris, 2000
1 Caja (11 h., [3] h. de lám); 12x14 cm
Colección El Gato Gris, núm. 11
ISBN: 84-95530-01-5
PVP: --
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No debiste hacerlo gritaba acalorada utilizando el tú como ulterior refugio. Irene. Ire. Femme de nuit. Poupée ou papier. Sotte ou imbécile. Galeriste a regorge museau. Debiera imaginar que el arte igual como el papel como un incendio neto lo mismo que la voz al declinar la voz como el tono del cielo en el día de agosto justamente en el día en que perdiera airosa la falda azul de gasa las gasas a jirones que mostraran el sexo lo mismo que ahora el fuego lo mismo que ahora el arte lo mismo que el incendio incendiando los ojos del muchacho desnudo en la pared de enfrente.
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[3]
No debiste hacerlo. Era frío París. Tampoco el Sena se deslizaba limpio. No debiste hacerlo. El sur es más ardiente más ardiente es el seno de la mujer que ama. El incendio que cubre a Maurice Ravel dejándole a retales la oreja y la chaqueta las notas cercenadas de La Valse la firma entrecortada de Henri Charles Manquin son más fugaces más más fríos que la vida. El sur es más ardiente que la vida. Más ardiente que el vino. Más ardiente que el mar cuando se vuelve infierno. Más ardiente quizás que este fuego imposible en mi mente de enferma. No debiste quemar todos estos recortes.
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[5]
Para así infringir la muerte del periódico. Ire(né) Lanuit sentada en la butaca rememora algún cuadro de Édouard Vuillard. Afuera es el otoño. Más afuera aún. Más allá de las rayas de la coqueta silla más allá del cristal más allá de ese frío que le entumece el cuerpo más allá de aprender a rechazar bocetos más allá del pastel de unos labios ajados del fuerte claroscuro del vientre en la penumbra más allá de este juego –color en la paleta amarga- más allá incluso más allá de alguna soledad es otoño en París y caen como gotas los recuerdos del sur.
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[7]
Ha intentado cortar pero la otra Frida mantiene la tijera. Las dos Fridas dos iras que se mantienen juntas cortando solo una cogidas de la mano atormentadas miran. Espesos nubarrones que a Ire(né) Lanuit le dieron siempre pánico. La tijera está inerte en la mano derecha que la sujeta en México. Qué difícil cortar. La falda se ha llenado de flores se ha llenado de arrugas y las Fridas silentes discuten a la par.
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[10]
Los besos de Lanuit son invisibles. La amargura de Ire(né) tiene color de rosa. Ire(né) se desliza virtual en su cubículo como un personaje de Teniers. El fuego aún arde pleno del color de Matisse. La Odalisca ha muerto. Baudelaire ha salido a tomarse una cipa y Joyce y Mallarmé aún tosen sofocados.
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[11]
No debiste hacerlo. Debiste comprender que el arte lo mismo que la vida más fuerte que el color igual como un papel... ahora tu mente grita se estampa fuertemente como maculatura en ningún lado.
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Cádiz, Diputación Provincial de, Serv. de Publicaciones, 2001
58 pp 21 cm
Colección Libros de bolsillo de la Diputación de Cádiz. Poesía, núm. 12
ISBN: 84-95388-27-8
PVP: 4,81 €
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A modo de caddis
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La res o la res rei: cosa.
La cosa es que esta cosa es otra cosa
y tú lo sabes, Ángel.
Sabes que la cultura es escultura.
Que la escultura es y no la dejan ser.
Que la cosa es el coso que me embarga.
Que el embargo está hecho y no los echan.
Ten la piedad de mí -aunque no sea tallada por M. Ángel,
aunque no sea preciosa mi silueta,
aunque sepa leer y no sea lectura lo que leo,
aunque te quiera, amor, contra todas las cosas de la cosa,
de la casa del dios que se nos cae entera,
del caso del acoso y del derribo en que viven las letras-.
Por tu misericordia cierta,
por mi placer incierto y por mi furia
y la furia del Ángel Rafael, o del Ángel Miguel,
o el innombrado mío. Por tu mano.
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Acafoth alrededor de mí
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Nunca he entrado en el miedo a la verdad.
Nunca he entrado en la boca del arcángel.
Nunca he sido una cosa que no ha sido.
Nunca he sentido frío de lo frío.
Nunca he vomitado los poemas.
Nunca he sido nunca.
Siempre te he hablado a ti. A pesar de la muerte, sigo hablándote.
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Elegía en el metro de Madrid
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Sería tan sencillo
que la carne pidiese sólo carne,
que la ausencia llamase a otra ausencia,
que el beso derramase sus pinceles
y se dejase asir. Pero el viento domina las constantes
-la contaminación asida-,
una bomba en Madrid es poco fuego,
un etarra en mi alma es poca guerra,
un boquete en mi acera es como un libro
que nos abre sus páginas al gris
de una espera cansada en cada puerta
de una ciudad consumo que nos crece.
¿Recuerdas, Uriel, aquel paseo
por la guerra que era catedral y luego aquel palacio de los Médicis?
-se me han liado el tiempo y el espacio-,
el palacio real, el que era de verdad y nadie lo habitaba,
el de la realeza ida a vivir a otro lado diferente,
como hacemos nosotros, a un unifamiliar perfecto,
a una ciudad callada en este clima frío de Madrid,
cuando, a veces, el sur vuelve a ser en la llama.
Aquí es agosto aún y me persigue
un viento que no existe en ese sur,
un sol que cuando araña allá en mi sur
me muestra tu sonrisa. Unas alas,
plegadas como barcas en la ciudad del sur,
se han abierto unas horas en vaguadas,
como se abrieron antes en la cervecería chica de mi sur
al hablar de las cosas que no eran ningún tema anunciado
-la amistad reconvertida en todo en la presencia-.
La llamada atendida. Dijo alguien
llamado, en ti, Ibn Hazn
que si todo acudía era el dolor.
Y acudía completa, era el dolor
por cambiar constante las tres letras
convertidas en letra primigenia
plegada ante tus alas, Uriel,
y mi literatura amplia
dispuesta ante tus manos, Uriel,
y mi autenticidad y mano
abierta ante tu sombra, Uriel.
Yo, desnuda de mí,
ante el río de un día, Uriel,
en la ciudad dormida, que se llamó Toledo
en tu presencia,
en el candor de ti en cada ojo,
como el buey, Uriel, de Picasso otro día,
como el amor, Uriel, en su constancia verde
o en esa camiseta refractada
con sus rostros de gato en cada pena,
cada segundo exacto de la contemplación.
Oh Ángel, si fuera esta condena tan precisa
para llamarla agua, o cañería rota,
o zulo preventivo al atentado. Pero no,
no tiene nombre fijo y la esclava
¿podrá querer un día prolongar
tanto lienzo en la pena, tanta calle,
tanta ciudad y metros
que la llevan de un lado hacia otro lado
con un poema fijo a cada instante
hasta clavar sus manos en los muros...?
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Canto de al-hayba
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Ángel mío que amaneces el sur después de ser el sur.
Antes de ser el sur, que ahora es sur, tú lo conoces.
Tú sabes de la historia de la historia,
pues antes fuiste hecho sola constelación de ti.
Sola aura de ti, la noche que fue hecha en tu cintura.
Sola luz, esta mano que repasa las hojas de otro tiempo.
Desnuda me presento a tu presencia, que es la sola presencia.
Desnuda yo me oculto en tu sonrisa sola.
Desnuda yo aprendo la vida de mi pueblo, como cosa de ti
-de ti la he recibido-, oh Ángel con sandalias de verano,
Ángel que poda rosas y mantiene la vida en los hogares de la dicha.
Ángel de incomprensión que lo comprende todo en su mirada.
Si miraras el pueblo que te tuvo en tu mirada previa,
cuando tu nombre era pura constelación del nombre,
candelabro, siete formas de ti, Arcángel mío,
siete formas de mí, arrodilladas en forma de heptasílabo,
en forma de acafoth para ahuyentar la muerte a mis espaldas,
en forma de amistad, para lavar tus dedos
en una ceremonia tan ansiada
de Magdalena vuelta hacia la luz,
de Magdalena vuelta hacia la carne, reconvertida en sal
-la Magdalena que antes se llamara Judith, o Eva, nunca Sara,
la Magdalena impura, no obediente al kashrut,
la Magdalena frágil inmersa en el niddah-,
de Magdalena que ama sin esperar el miqveh,
de Magdalena sola, siempre sola, perpetuamente niña.
Ángel mío, Uriel, si me pudiera así reconquistada
con la llave en la estrella de mi cuello,
con el amor herido. Como corza.
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Paisaje con memoria
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Madrid es una nube de casas que descienden
y pasean las formas de la piedra.
Pasean el color de la roca arrancada del gris de las montañas.
De las arterias fijas de Madrid emerge el movimiento en la mañana.
Me he levantado austera y he comprobado el clima.
Una ciudad, ausente para mí, ha tomado mi pulso y mi ventana
se abre nuevamente hacia la luz
porque amaneces todo. Porque gracias a ti, en las esquinas
puedo leer los nombres de los bares,
inauguro fachadas -como arcos de primeras
victorias contra el tiempo-,
dibujo, sinuosas, estas calles, con mis pies hechos alas.
Y tu rostro es de piedra. Tu rostro es cada piedra que yo miro.
Cada trozo de ti se desprende a pedazos y se inunda en mi pecho
donde crece mi alma y me da miedo. Tengo miedo de ti,
ya lo escribí un día: todo el amor es miedo.
Y Madrid despereza sus parques y pregunta
de qué retiro exacto estás formado,
de qué barca sin forma tienes hecha tu tienda,
de qué constelación bajaste tu mano hasta mi vientre,
inseguro y tenaz de parir todo amor.
De qué puñal tus ojos se esconden levemente en artilugios
como gafas de sol que me atraviesan.
De qué pasión total eres el cristo, la cruz y la madera
cuando la hembra Madrid va dispersando
su figura en la sombra de los grises
para elevar, Juan Gris,
la sola dependencia de tu forma.
Madrid ahora mismo, en la mañana,
después de un desayuno de naranjas,
de madroños y osos que dormían,
está resucitando y duele mucho.
Madrid es un trasunto de campanas
que buscan locamente otra ciudad
para acallar sus gritos.
Madrid no existirá si ya no existe
el ala de un arcángel con maletas
dibujando sus huellas en la niebla
de un hotel que es el alma, el coche,
o una jarra muy fría de cerveza.
Madrid es un Van Thyssen, un Sofía Picasso,
un PradoTheotocópuli y un abismo.
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(Una niña que lleva en la cabeza un cuchillo)
Edición bilingüe; traducción de Dolors Alberola
Córdoba, Aristas de Cobre, 2002
17 pp 21 cm.
ISBN: --
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o de cien hojas.
Rosa silvestre
o de perro o jazmín.
Rosa verdadera, fina o de viña
o de la Madre de Dios.
Rosa náutica o de los vientos.
Rosa de maíz.
Albardera o de montaña,
balaustra. Rosa basta.
Purísima de bosque.
Rosa de Jericó o de Semana Santa.
De seto, del viento.
De mar o Navidad.
Rosa mística.
Poesía total. La transparencia.
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El poema
..........................................................cuando no sabía que yo era poeta
....................................................................Marina Zvetaieva
Primero fue el agua.
Mi madre me lavó entre esas cosas,
esos perfiles dulces de las cosas:
la margarita triste,
el perro adormecido que quería lamer,
el pensamiento de algo, ignoto todavía.
No sabía qué hacer con esas notas.
Me gustaba palpar el lomo de la tarde, escribir las palabras hasta verlas brincar,
resquebrajar el libro, convertirse en la nada.
No sabía qué hacer entre las pompas.
No conocía versos, ignoraba a Petrarca
y entonces un soneto
era parte de Dios o algún milagro.
Tenía una libreta en cuya azul cuadrícula
iba anotando todo.
Muchos años después reconocí el poema.
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De aquel ángel oscuro
........................................................A Faelo Poullet y a Manuel Francisco
puede que ahora me toque nombraros a los ángeles, conocí a uno de ellos, un ángel joven que venía a mi lecho, se sentaba a mi lado y me leía libros, el ángel me decía que la pluma le servía de poco, que estaba amargo el tiempo y los hombres querían otros cuerpos, era un ángel pequeño, oscuro y tierno, lo recibía desnuda, intangible, con la serenidad que da el saber que no iba a tocarme, y el ángel me hablaba y me iba contando su agonía, cuando daba la una, el ángel se largaba por la misma pared que había venido y me quedaba sola, solitaria y desnuda en esa sala, sabiendo que la criatura volvía a lo profundo. Posiblemente no tuve suerte y mis ángeles no fueron excelsos y valientes, pero aprendí a escuchar y ahora sé de memoria toda la inmensa obra de petrarca.
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El vagabundo de la calle Algarve
Prólogo de Domingo F. Faílde
Algeciras, FMC José Luis Cano, 2002
89 pp. 21x13 cm
Colección Bahía, núm. 36
ISBN: 84-89227-37-3
PVP: --
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Fotografía de calle: mi yo se ha pintado los ojos
El vagabundo de la calle Algarve tiene el cuerpo quemado.
No es preciso París.
No necesito un puente para divisar sus calles,
la miseria ha llegado hasta esta puerta, a tientas.
Calzados Agustín, qué nos importa el nombre,
las botas de charol que demoiselles bourgeoises se ponen en las noches:
ella enseña sus botas y se le ve otro cuero de pisar por la carne.
En el retrato ácido de García Alix, cuando la criatura
se convierte en puttana de las zonas nocturnas y se dice:
en las fábulas ilustradas los bosques al oscurecer se
alargan en pinchudos fantasmas de ojos enormes que
aterran a los niños
que deben atravesarlos de parte a parte en comisiones
absurdas y con cestas de víveres ajenos; pero mis árboles
son así de día,
(y el vagabundo de la calle Algarve, ahí, sentado en
París, dentro de un negativo en blanco y negro,
tiene el cuerpo quemado),
la criatura cruza la arboleda y se parece a mí,
la criatura es mía. La dejaron envuelta en una caja
de zapatos del treinta y nueve escaso. Lleva un ojo
pintado para atravesar la noche.
Me prodigo en abrazos, antes de que aquel cuerpo se me
muera en el sueño. ¿De qué será el incendio
de este cuerpo?
¿Pide la mermelada o el ácido voraz de las estrellas cáusticas?
He salido de tiendas invisibles y el hombre me
pregunta: “¿Siente su piel ajada, como yo?”
He venido a caer en una calle estrecha donde
apenas el tráfico no fue nunca posible. Peatonal,
acaso, delante de esta céntrica zapatería: Calzados
no sé qué, o Herrero S.A. en las páginas amarillas. Publicidad al día.
Y yo pregunto a otro transeúnte que cruzo: ¿no ve
usted, en mí, el pecho lacerado de una cría de loba
que transita la noche?
No me responde nadie.
Mais oui, monsieur, c´est ça la vie, c’est suffisant.
Il n’ a pas de souliers pour manger chaque jour. Il
mange ses souliers pour retrouver la vie.
“¿Y ezo qué lo qué é?”, me increpa el chaval
que me pidió un talego pa sus cosas.
No es preciso París, la calle, mon amour, es un Ganges
de pétalos. Ici, a Jerez. Fotografía en blanco y negro
del cromo hasta el cinabrio, o de la luz a sombra,
una fiesta taurina donde nos pica alguien,
para ver si existimos.
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Fotografía con veladura (Mujer ahogada en la playa de Tarifa)
Si hubiera llegado hoy en un tren.
Si hubiera llegado esta mañana, temprano, muy temprano, en un tren.
Si hubiera llegado, cargada, muy, muy cargada,
extraviada casi, en un terrible tren de pasajeros.
De pasajeros chinos o blancos como yo. De terribles pateras amputadas.
De aviones caídos, de coches, pasajeros de coches con airbag
y os hubiera dicho -casualmente-:
“Yo soy la hija de la hija de la hija de alguien
descendiente directo de Averroes
-panteísta también mi bisabuelo-,
o la tataraalgo del mismo ascendiente de Qahtan Muhammad al-Shaaabi”.
Pero no. “No decir. No pronunciar acaso”.
No podría contaros que mi nombre es normal
descendencia del sur,
descendencia de carne con hilachas,
de tapices hilados con el sudor del sur,
de tiempo de tampones de grasa de camello,
de cubrirme la cara blanca oscura, con dos espejos negros como lunas
aflorando del lienzo, sendas lágrimas como perlas de alcófar,
de escupir un cordero de aromas emblemáticos
contra el viento del norte,
de escupir las palabras al bajar de este tren,
de escupir el silencio de viajeros blancos, oscuros tal la noche
cuando devoran mar,
de escupir tantos pueblos, tantas demarcaciones
pestilentes, con moscas en los labios -sin agua- de los niños,
con oasis de miedo encendidos de rabia,
de escupir en el tren.
Si hubiera llegado esta mañana fría
envuelta en algún tren de madrugada.
Si hubiera llegado sin ropa a esa otra orilla
o
con la ropa mojada de creer
en el señor del norte o en Al-andalus.
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I love you, Fernando (Fotografía realizada bajo Torre Tavira)
La capital es blanca y tiene enormes ojos por arriba.
Blancas torres vigías se distienden para observar el mar.
La calle Plocia, en cambio, desliza ciegamente su trazado hacia abajo
y, en la panadería, aún puedes encontrar ciertos picos,
con sal de blanco Cádiz -taza-, para roer un rato.
I love you, Fernando. Los dos huesos tan blancos de corvina descolgados del cuello que mantuvo la estrecha relación con la mujer castiza que me abrió el universo de lectura. Esto es divertido, me dije aquella noche y me puse a soñar. Los escritores son un mundo de magia, pero, dentro, la magia se convierte en un mundo de dimes y diretes. I love you Fernando con tu muñeca a cuestas, importada por tí de la Chiclana eterna.
Muñecas de Chiclana pasean por Nueva York con peinetas y chanclas.
“Esto es la modernez”, me dijo un cierto escritor de Jerez. “O la osadez” -nos dijo-, en tanto presentaba su revista de nadie, pero siempre de alguien, vaya a ver: de nadie nunca es nada.
Luego llegó ese otro que presentaba todo, y todo era
suyo o pretendía así.
I love you, Fernando, con tus sandalias vivas de andar por la bahía de los vientos y yo, como una loca, releyendo a la Hortensia de la sal que guarda todo Cái en su entrepierna. I love you y bendito, mucho bendito you y very well lo tuyo, y lo de tantos que mueren
asfixiados sin que nadie los suba hasta el rellano que siempre merecieron.
Las calles de este Cádiz van a morir al mar: el amplio océano que se acerca hasta el ficus, se detiene mirando a ese balcón que mira y se miran constantes, se comentan sobre aquella mojarra, el pescaíto, el mosto de narices, las sardinas.
Bujarrones de Cádiz alzan nidos, bailaoras gaviotas que, al pasar, arrastran crisantemos tras su sombra, cristales de la sal contra la sal del mar, los risueños sarasas, maricones, de lo mejor de España.
Las mujeres de Cádiz son más blancas contra la sal del mar,
sus cuerdos cuerpos van tostando en la tarde,
hasta tocar -a dedo- el festivo color del chocolate.
La catedral, al vuelo, va alzando su cúpula hacia terribles cielos bizantinos. Un ambiente de España de Colón se abre, en la mañana, contra muros de noche que
recorres frente al Francia París.
En la mañana incluso, Raimundo va ofertando libros de dos, de saldo,
poemas que tocaron los existencialistas.
Retales de Oscar Wilde, complicidades griegas de Odysseo Elytis.
Blanco es Cádiz, esa ciudad tan próxima al estrecho, tan valiente.
La verdadera valentía
hay que bautizarla en el mar
que traiga el rumor del efecio
a las enormes viviendas de vecinos
que abandone los campos de batalla
que crezca entre el amor y entre los libros
que aparezca con un nombre más hermoso
y se detenga allí
para expulsarla e insultarla
para atarla firmemente y juzgarla.
I love you, Fernando.
Desayuno en la plaza con Pilar, aparcado Platero en las esquirlas de un viento de levante que nos come.
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Apocalipsis Sur
Peligros, Ayuntamiento de, 2002
61 pp 21 cm
ISBN:
PVP: --
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Anatomía
Mi sexo ya está roto
como una bombilla de papel
o un vaso de palabras
o un decirte por fin lo que no dije nunca.
Mi sexo, que tú buscas
en el bajo angular de mi silueta
y yo lo tengo arriba:
donde el flujo, la luz de estos poemas.
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Lugar común de la materia
No me digas mujer. Ven y recoge
cada palabra o boca, cada sílaba,
cada voraz sentencia, cada hálito,
cada temor exacto a la no forma.
Llévalos en tu mano hasta ese sitio
en donde haya luz y mira,
mira cada lujuria que no viste,
cada sueño voraz que te royó la mano,
cada ánfora, cada vestigio cierto del ayer:
no existe nada diferente.
No me llames mujer, siente ese frío.
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Palabras para ti
Qué haría muerta yo,
sabedora de un dios entre la nada
pero sin manos, pechos, ojos de amar y labios
masticando la sed de cada tierra.
A qué lugar de ti acudiría yerta,
fría yo y mineral,
cautiva y gravitada como hembra,
desnuda tal planeta
que no sabe su nombre de planeta
y descompuesta, rota,
palpitante de barro y sin lujuria,
sin margaritas, pájaros,
puñales que clavar contra tu carne
que atrevida me abrías
y yo veía, amargas,
recrecer mis dos manos y caerse
como un nido de aves
ante los ojos, noche, de algún cuerpo.
De qué lugar de ti
me compondría muerta mi otra muerte.
Esa que vive, azul, cuando mueren los besos.
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El mar, noche y distancia
Qué decir de la noche,
de la lona que cae a borbotones,
de ese mar donde el cielo nos enclaustra
como una sola gota de futuro.
Des navío donde te espero aún,
desnuda en la palabr4a y aun sabiendo
que tu cuerpo es un buque que se aleja
a través de sñi mismo. Que no existe
otro lugar más justo que esta tela,
este refugio seco de la sed,
este ardiente no ver de algunas barcas
-bocas que se descubren en abrazos,
en nuevos centinelas de lo dulce,
en arrecifes calmos o en planetas
donde sólo es el mar un cuerpo de hombre,
rompiente, ola a ola, en la esperanza,
transportando tu nombre, siempre a popa,
hasta mojar la luz, el tiempo, la distancia-.
Qué decir de la noche, cuando el agua
sirve para encender la sed de ésta –mi sombra-
que se sabe de arena solamente.
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El último tren
Chiclana de la Frontera, Fundación Viprén, 2003
66 pp 21 cm
ISBN: 84-933038-3-6
PVP: 8 €
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El último tren
.....................Escucho cada noche cómo una voz purísima,
.....................el muchacho tristísimo que cada tarde muere,
.....................me invita a huir, señalando
.....................con la mirada el mar, el mar, el mar.
....................................Domingo F. Faílde
Cojo el tren.
Cojo el tren de la tarde con la mano,
con la mirada sola.
Sola, yo,
cojo ese tren vacío que me acerca.
Que me derrama y grita en cada vía.
Que me aleja de ti sin la distancia.
Te veo en la ventana de la sombra
de este tren que ahora pasa y se lleva mi cuerpo
y solamente yo, la que no existe, grito.
Y me quedo sentada en la penumbra
-la verde cristalera de este tren
que oscuro me conduce, me zarandea, dice,
va gritando tu nombre y sus palabras
son el último humo de la tarde-.
El paisaje,
este último y verde y armonioso
paisaje de la tarde
-paisaje como un río de la nada-,
paisaje, en la ventana de invisibles ventalles
donde me alojo sola. Estoy flotando
contra tu nombre solo que repite:
- Yo soy la sola tarde de tu vida.
Y, ahora, te amaría
-cuando me veo sola en este tren
y mi cuerpo es el cuerpo que te busca
y no sé ya de mí, porque te supe
y nada ha vuelto ya a ser de otra manera-.
Y ahora dejaría mis manos en tus ojos
y ese tren viajero que llevo entre mis dedos
junto a tus labios verdes de paisaje.
Y ahora, yo, la sola, la deseante en ti
-esa mujer que mira en tu ventana
y tu paisaje vuelve, blanco, hasta hacerle sombra-,
esa mujer de ayer –con el pelo más negro-,
la mirada encendida como casa,
la boca a dos vertientes, como un techado ardiendo,
deja su rosa ahí, en medio del paisaje.
Y ese tren
que la acerca y la aleja y no es el cuerpo,
el que tiene rendido contra un árbol,
que ahora es un árbol solo donde ha escrito tu nombre
-con palabras de sangre, solamente,
está escrito tu nombre-, ese tren que la lleva
a tu recuerdo solo y la destruye,
ese tren que ahora ella va dejando en tus manos
como un viejo juguete de hojalata
-para que tú te rías,
le enciendas tus dos ojos y la beses-,
ahora mismo, ese tren, está abriendo sus puertas;
se para de repente y se detiene
y te invita a subir, y se detiene
y ahora ya ella está adentro y se detiene
y se posa en tus labios, se detiene,
te dice que es el tren y se detiene,
es el último árbol de la tarde –detenido-,
la última ventana de la vida.
Y se detiene
hasta que tú la tomes,
la apreses en tis brazos. Se detiene
y no quiere más vida. Se detiene
sin más rostro que el tuyo. Se detiene
y se sabe parada en tu sonrisa.
Se detiene
porque sabe que, al fin, es ella el tren
y te lleva a su cuerpo. Se detiene
ese cuerpo desnudo
que abandonó hace tiempo. Se detiene,
y ahora te abre sus puertas detenidas.
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El mito de Bronwyn
.....................Eran las eras grises mensajeras,
.....................eran las mensajeras de las eras,
.....................eran las mensajeras de las horas,
.....................eran ya sin mensajelas auroras.
.................................J. E. Cirlot
¿No veis esa mujer que vuelve de las aguas,
que rebrota del mar y nada tiene
sino un verso de luz, posado en las dos manos?
¿Y no sabéis del mito de ella, purificada,
descompuesta en el fuego de la vida,
dando a beber al hombre de su boca,
navegando en el círculo, donde las aves son
pensamientos del otro que descansa?
Ya a nada tendrá miedo.
Ha regresado, muerta, del silencio,
ha venido a la vida de las algas,
envuelta de naufragios, oxidada,
con los corales rotos y la faz toda blanca
-lleva un verso en sus manos, no lo olvides-.
Descalza, va bajando las corrientes,
olvidando ese agua que la deshizo, vuelve
con la mirada fija en un bramante
territorio de amor. Retorna enarenada,
con su velamen yerto,
su cabellera espesa y sus jardines
rebrotados de cieno y violetas.
Con la cabeza erguida cruza por la ciudad,
que es ahora naufragio
del mar que la devuelve. Sabe que ella, la sola,
la muchacha palmípeda, la gris alada, siempre,
conquistará la luz de la mañana
para tornarla –azul- en noche amanecida
y amarrar en la quilla de ese buque
y elevar, contra él, su mascarón
de terrible madera que lo abrase,
lo detenga en el mar
de la corriente sorda de las cosas
y le haga brotar
un magma incandescente y el amor
vaya siempre a deriva de sus horas.
Ella, la tan sumisa al miedo,
se libera de él,
porque el amor la vuelca y la contiene,
porque el amor la incendia y ya no hay mar
donde apagar el fuego,
porque el amor le dona un nombre diferente
y ya no es Alfonsina,
sino María, viva –muerta, en otro, de amor-:
María Celeste.
María enaltecida entre la sombra,
María en esa casa
donde Pablo guardara sus mil llaves
-transformadas en una, que la abre-,
María de la furia ya entregada,
disminuida, rota,
desnuda ante los pies de ese marino
que dejara Cernuda en su silencio,
buscando, tal Leonor, la pluma del poeta,
irrumpiendo en la sal de la sorpresa,
no mirando hacia atrás, sino hacia él, sólo,
con esa ventolera
descabellada y loca del amor.
Girando, locamente, como brújula
y el tiempo ya hechizado en su quietud:
porque todo retorna, con él, a ser posible.
Todo renace así,
debajo de las aguas de las nubes.
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Los amantes
.....................Como una blanca rosa
.....................cuyo halo en lo oscuro los ojos no perciben,
.....................como unblanco deseo
.....................que ante el amor caído invisible se alzara...
..........................................Luís Cernuda
No dejaré ya nunca que la tarde
separe nuestros cuerpos.
He inventado otro mundo tras el mundo,
un cuerpo que no sigue
la dejadez corriente de las formas,
un amor ya varado en tu existencia,
inmóvil como un dios –en cuyas manos todo,
condenado a la muerte, ya no teme
regresar a morir-, de ti ya muerto,
tendido en un yo-ambos
-nadie separa ya la ceniza del viento,
ni los versos del agua, ni el deseo del labio,
ni mi mano, ya rota, de tu mano;
porque la gente teme la quietud del yacente
y el frío de la rosa que sabiendo que es tuya
se ha fundido en mi boca-,
y con la noche encima, violenta y voraz
como una blanca túnica de luz
cubriendo a los dos. Muertos.
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Memoria de Quevedo
Ahora (que, renacida, miro todo
y espero de tu cuerpo la esperanza
-la mano que se abisma en la labranza
de renacer del agua tanto lodo-.
Y ahora que el labio, en luz, yo desenlodo
y en furor y revierto la templanza
aferrada a tu sino, que es mi lanza
-ese morir en muerte que acomodo
a ser río y puñal, camino, fuente,
mercurio, sal, misterio renacido,
infinitud en ti, panal que, recrecido,
sea caudal oscuro, no invidente
sino de luz herido y aplacado:
de agua, polvo eterno enamorado-)...
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El monte trémulo
Ilustraciones de Magdalena Murciano
Barcelona, Seuba, 2004
58 pp 20 cm
Colección El juglar y la luna, núm. 190
ISBN: 84-8132-161-3
PVP: --
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Lapidación de la adúltera
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Arrójame tu mano y pálpame aquí,
pues te di de beber. Toma mi carne
y lánzame la piedra de tu sexo
-como una losa seca- y no me dejes
recuperar ya nunca de este cáncer.
Luego, deja tus pies -muy quietos-
sobre mi vientre quieto
-como otra piedra hecha de roca-,
y haz que mi flujo brote en tu presencia
-ala de piedra sorda-
y me deje llevar, nuevamente, al martirio.
Arrójame tus labios
y muerde, justo, aquí
donde mi boca, ardida, te contuvo.
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La hija de Jairo
Ella ya estaba muerta.
Violetas sembradas en sus ojos
y amor en sus pupilas
-esos cuchillos graves del amor
rompiendo su visión, dejando sola
la figura deseada y aún erguida-,
sus dos manos, ya frías
de haber palpado poco y sus pies
tan desandadas rosas.
Y estaba, ahí,
tendida en esa tumba
con sábanas bordadas e iniciales
de haber tenido dueño y haber muerto.
Y llegaste desnudo. Recuerdo que te abrió
un ángel invidente esa otra puerta
y te acercaste a ella
-mujer de cuyo mármol nada
fructificara en agua-
y miraste su rostro sumergido
en un sueño que ahora debía ser de fuego.
Sí, aún pudiera ser
de suficiente amor y, en ti, elevarla
-devolverle a la carne su estructura-.
Y la besaste, empero
le quitaste la ropa tras hacerlo
y la sentiste tibia y ardiendo y encendida
al escuchar tu ruego:
-Niña, levántate y anda,
acércate a mi vida y seamos uno.
Las flores, que cuajadas envolvían las sombras
derramaban sus pétalos y un pájaro
izó su nido, envuelto en sarmientos tan negros.
Había regresado y era tuya
y exhalaba un perfume, adormeciendo
toda su nieve antigua y su cintura
comenzó a cimbrearse y a ser fuente,
a ser gota de cal que te llagara
encima de tu espada. Ya dispuesta.
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Las bodas
Derretía la tarde sus fronteras de luz
y estaba el mar hirviéndose
en una lontananza de silencios y pájaros.
Me cubrías el rostro con los besos
y me decías:
************-Esa tremolante ladera sobre el mar
es solamente sombra,
pero también camino hacia el ocaso.
Cruzóse ante mis ojos
la irisada gaviota de la vida,
como señal de muerte en otro invierno
de colinas de luz, argénteas, planas.
El dibujado grito de un albatros
gemido de distancia, el hilo breve
de ese terrible amor que me curtía
tras aullidos de sal y de quererte.
Rompió el mar todas sus olas en silencio,
calmó todas las horas de sus playas,
renunció a sus corales y de azul
se vistió para hablarnos.
Yo me encendí de ti.
Me hice primavera entre tus labios.
Me sometí a tu estirpe y te hice vino
-allá donde tu agua se vertiera
para darme a beber-. Te di mis pechos
que manaran la hiel más dulce, el blanco
deseo de la cal
y su alba lujuria detenida.
Y te grité:
**********-Sí quiero.
********************Y nuestra sombra
recubrió la tersura de esa playa,
la roca derretida en ese acantilado donde peces
portaban los anillos y las arras.
Y, si fui tu mujer aquella tarde,
la noche me cediera todo un cuerpo
de oscuridad y frío y de angostura,
templándose en el mío. Para siempre.
Y el mejor de los frutos de sus uvas.
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Apocalipsis
Llovía. Cada noche llovía en el amor
y cada día, nuevo, una paloma
se posaba, mojada, en la ventana.
Los coches, cada día, iban tomando, fuera,
velocidad y pánico
y la terrible fábrica exhalaba
sus humos. Cada día, la gente iba extendiéndose
de un continente a otro y los niños morían
con sus manos resecas,
deshidratados, víctimas de su dolor constante.
Cada día el amor se hacía más intenso,
delirante quizás. Era como una daga
tenerte en el costado, derramándote
igual que una gaviota, humedecida y negra,
por tantas malas lenguas -de fuego-. Me querías.
Nuestro lecho giraba,
en tornasol de aguas y palabras.
Llovía,
toda una lluvia fina
de irisados carmines y de rosas.
Pero los coches iban, cruzando roncas calles,
cada vez más deprisa
y Argentina lloraba.
No llores más por mí.
-Gritabas en correos que eran sólo de luz-.
Llovía en la mañana y, sin paraguas,
debías regresar hasta el trabajo.
Cruzaban tras de ti las ambulancias.
Aullaban los pájaros. Cendales
de duda te inundaban al pensar en tus cosas.
Mis hijos aún crecían,
solitarios y lejos. La ciudad
se inundaba de luces y sus faros
iban a dar al mar
donde lentas pateras eran crónicas
de muertes hechas vidrio, cubriendo el vasto estrecho.
Un cielo atempestado
se disponía, lento, a devorarnos.
Pero tú me querías.
Izabas tus dos velas en mis pechos
y devorabas todo
-el tálamo girando enloquecido-.
(Una mujer tendiendo,
agriamente, la ropa y se mojaba
esa turbia esperanza de cubrirse.)
En el azul del mar
se habitaba una lámina de aceites.
Los muchachos gritaban en orgías
nocturnas por las calles y New York
recitaba un poema, carmín, a Federico.
Aviones de fuego se instalaban
en pupilas pequeñas y hasta el dios
de la moneda, ebrio, caía contra el mundo.
Todo estaba dispuesto. Y me querías.
La tierra se agrietaba. Y me querías.
El sol rugía manchas. Me querías,
y un pueblo de miseria -me querías-
intentando sajar. Sí, me querías.
Hubiera dado yo
mis ojos capitales por silencio
cuando la playa entera
arrojaba sus lavas infernales.
Me querías
y yo te amaba a ti, desenfrenando
y cosiendo tus llagas. Me querías
y tu sexo, en el mío, era ya un cataclismo
-me querías-.
Poseer aún tu risa, un imposible.
Te quería rehacer,
tronar en mí tus labios radicales y ansiosos,
llevarte a sonreír, y no era dado
ese milagro aún entre la herrumbre.
Me querías,
mientras del firmamento, en luz,
se escuchaban trompetas. Cada noche
llovía en nuestro lecho. Me querías.
Frente a la hiel extraña de los otros,
un amor hecho cruz y sangre y rabia. Y vida.
Magdalena
Yo me solté el cabello y cubrí el mar.
Detrás del mar, tu pecho, y lo llenaba
de algas virginales y de hierros.
Como un enorme cristo te extendías
y tus manos de amor eran de arena.
A lo lejos, un barco,
con las constantes secas y aparejos,
cernía sobre mí caminos, peces,
y una tela tan blanca, el horizonte en luna,
te servía de paño de pureza.
Yo, oscura y decrecida, esa amante o mujer,
la magdalena ciega que tendía
suavemente las velas de sus manos.
Oreaba la brisa, hasta dejar
caer, rota, la sangre.
El viento era una lanza
que alzaba aquel peñón y lo lanzaba
en una violenta y azul lapidación.
Eran gaviotas.
Los ángeles del sur eran gaviotas
que, cegadas de ti, confundían sus rumbos.
Eran letras volando,
porque así, en la mañana prima del amor,
existió la palabra.
El mar, allá en tu talle, se encallaba
y te hacía brotar, sinuoso, el esperma.
Yo, ay de mí, oh pecadora ardiente,
te tomaba esa sal
y enjugaba mi rostro y te decía:
—Tengo sed.
Urgentemente, tengo sed
y dame de beber, porque en tus brazos
ya he dejado mi espíritu.
Se escuchaba el murmullo de la plebe.
Coches enfurecidos que cruzaban
augustas avenidas
y un niño, en cuyos ojos
se enmarcaba la tarde, que aullaba:
—Padre.
Padre tú, tan hermoso, tumbado y de cabeza
sobre aquella colina de mis pechos.
Y, al lado, en la bahía,
una concha con óleo y con perfumes.
Y me soltaba el pelo, recubriendo
la sombra de tu herida
y dejaba que el mar
penetrara en mi vientre y me cernía
como sola y confesa paloma entre la tarde.
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Juego de damas
Sevilla, Instituto Andaluz de la mujer, 2004
Papel , 2 pliegos (28 p.) 32x14,5 cm
ISBN: 84-7921-115-6
PVP: --
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Contemplando una fotografía de Alma Mahler
Atardece en la estancia. Tras los cristales, Viena.
La elegante mesilla que sujeta la botella vacía.
Alma está recostada y su cabello
deja volar al aire unas ligeras mechas,
en sus labios el dulcísimo encanto del licor
que le consume el tedio. Su música está muerta.
Mahler tiene en sus manos una carta.
Yo la miro de lejos, sus dos ojos
compiten con el mar. Su cuello esbelto
parece estar tallado entre la roca.
Cuando sueña, repite los cálidos abrazos con que Walter
le arranca su agonía.
Miro enfrente de Gustav, de su impotencia justa, de su trato.
Alma, amor mío,
siento cómo tus notas
inundan este cuarto donde te sueño. Alma,
esa música y tu y el sufrimiento amargo de los hijos,
esas calles de Viena con viandantes ocultos
debajo de sombrillas. Sigo escribiendo el libro,
tu rostro en el estante donde el tiempo se anula
y la palabra es sola,
como sola es la música y el viento
que mueve tu vestido, y tú agitas las manos
como si fuese falso el espacio y el poema
fusión, deseo inmóvil,
para arrancar tu cuerpo de la muerte.
.
En cuentro en Cádiz con la Monja Alférez
Nos vemos en el puerto,
caminamos tranquilas hasta llegar al amplio
balcón donde el océano se mira con la tierra.
Catalina se sienta en una roca,
cruza ambas piernas y suspira
—un respirar adusto, casi el fuerte
susurro de una ola cuando rompe—.
Me cuenta que su pecho no ha crecido,
que mató a varios hombres,
que en días de menstruar
se retira a los montes y se azota
para no usar el cuerpo.
Va narrando la forma en que las indiscretas
comprueban su virtud y queda libre
de las cargas que hubieran de pesarle.
Es amplia, pero sus manos fuertes
revuelan cual pañuelos al señalar el mar:
—Ves -me dice—, lo he cruzado mil veces.
En la tarde, el olor del salitre es más intenso.
La miro, esa mujer
atravesó la muerte en el designio
de romper ese canon para siempre.
Se acercó a mi memoria y, en un rictus
de placer y violencia,
cuidando del jubón y el lustre de sus calzas,
arrojó un salivazo contra el suelo.
Luego, suavemente, se acarició el mentón
—tal vez fuera un detalle o la memoria
de la niña que fue en aquel convento—
y prosiguió contándome:
—Lo supe desde entonces.
Preferí pelear a una vida de hastío.
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La memoria desnuda de Hypatia
Bajo un perfil perfecto, matemática,
cada día embellece sus formas y su anhelo.
La filósofa es bella,
Teón la quiso hacer como una diosa.
Sentada ante sus ojos, desde pequeña aprende
los más grandes saberes. La aritmética
de Diofanto no impide ser hija de Plotino.
Mas es necio saber, es cosa de paganos
aprender como griego.
Escolástico cuenta que la amable muchacha,
que dejaba acercarse a quien quisiera
filosofar un tiempo, iba en su carruaje,
cuando torpes borrachos de la fe
la tiraron al suelo, la dejaron desnuda,
laceraron su piel con caracolas,
hasta hacerla morir.
Así paga la vida a los que sueñan.
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Esa mujer de Lot
Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2004
29 pp 23 cm
Col.lecció Els plecs del Magnànim, núm. 89
ISBN: --
PVP: --
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Encrucijada
La ciudad calcinada, un bombardeo.
American boys altos, con dos alas
de metal, esa herrumbre
donde se lee: Bush Co.
Busco un muerto en la paz, un sólo hombre,
o cinco prostitutas que no vendan
sus ideas a nadie. Busco un circo
donde me crezcan todos los enanos,
busco un dios, debajo de las sayas y sayones.
La ciudad, río abajo, como arriba,
aguas sucias y fuego, fuego, fuego.
Busco el ala de un tiempo que no existe
y encuentro que, al mirar, nada me mira.
Yo sola me condeno a este fracaso
de no saber adónde me conducen las cosas.
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Playa de las Palmeras
En la playa lejana de la infancia
hay una roca erguida;
y, ella, saliendo al mar. Caminando en las aguas.
Ella, impura,
con su pequeña concha, donde caben las sombras.
Ella, ágil, como terca gaviota izando pechos,
tocando la verdad, la forma de ese toro,
el minotauro joven que la mira.
Ella, creciendo al par
de las mareas altas y tornados.
Ella, haciéndose hombre,
con pulseras de plata en los tobillos
y las rejas de un velo que no podrá rasgarse.
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Guerra Santa
No sabe cuántos iban,
no contaba las sombras de los muertos,
no llegaba al repaso: Federico,
presente en la ignominia; Alfonsina,
virando entre las aguas
como patera alquímica; Luis,
en un destierro absurdo
y ni vivo ni muerto; Jezabel,
podrida desde lejos con un perro en la espalda.
No sabe cuántos fueron: Juana de Arco
llevaba la bandera. Mariana le guiñaba los ojos;
detrás de ella, un muchacho leía:
«En una noche oscura...».
Si miraba hacia atrás,
estaba, nuevamente, el enemigo.
Iban Sartre y Virgilio discutiendo,
absortos en la nada.
No sabía quién era, al contemplarse
veía sólo un rostro. Iba Neruda
con un álbum de cisnes y materia.
Borges y Altolaguirre,
enumeraba uno, el otro, serio,
describía el exilio. Iba, desnuda,
el pecho salpicado de napalm.
Detrás, aún iban miles
de soldados con versos en las manos.
No sabe cuántos forman
esas rosas de suelo que se pudren.
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Retrato de mujer
Ella había crecido
bajo el pilar del templo y la armadura.
Sabía de las eras que no eran,
de las brujas quemadas en Salem,
de Galileo ardiendo como un sol gravitado,
de Servet con la sangre vertida en la quietud.
Ella había cantado
al sol, como quien tiende un brazo.
Sabía de mujeres en mezquitas de higiene,
lavando su colada y de las cosas
que una guerra dejaba calcinadas.
Sabía de caer –cada peldaño, un rictus
de pecado en el rostro,
en la falda naciente de belleza,
en el encaje hostil de los pezones,
en los labios que gritan por poseer más labios–.
Sabía de esplendores
en las yerbas marchitas de los cines.
Sabía de esa escena en que Sacco y Vanzetti
cruzaban el vacío de la historia.
De lo que nunca debe tocarse con los dedos.
Ella había crecido y añoraba
poder plegar sus alas contra un cuerpo.
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Regreso de Sodoma
Como el perro que gime al contemplar al amo
y ladea la cola y husmea en la vertiente;
como el perro que sabe que está escondido el hueso
y escarba, escarba, escarba en el pasado,
intentando mirar hacia las cosas
que ya no tienen fechas.
Lo mismo que ese perro
que se muere de frío en un camino
y los hombres suceden y lo miran,
pero no ven el daño. Lo mismo que ese can,
veo pasar la muerte, es una niña
que viene de Sodoma, como si aún tuviera
una antorcha encendida; la ciudad
tiene ya un nuevo nombre y otras casas
que se vienen cayendo como antaño.
Lo mismo que el lebrel
que persigue a la niña y va lamiendo
esa mano pequeña capaz de reventarlo,
lo mismo que esa fiera reducida,
que ese torpe animal, ya sin memoria,
que ese que fuera lobo y ahora, dócil,
se tumba sin comer y mira, miro,
y la muerte, la niña,
me tiende una sonrisa mientras palpa
mi testuz con la mano que pudiera ser de ángel.
La muerte, esa chiquilla que aún viene de Sodoma
como si nunca el dios quisiera perdonarnos.
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Camino de Segor
No sé si eran trenes.
Salían desde el fuego, carreteras
con gente como antorchas, inundando la tarde.
Mirabas hacia atrás, veías charcos,
miradas que mostraban lobos dulces,
lobos locos aullando, lobos desheredados,
lentos lobos muriéndose de amor.
Había niños, como puzzles bellísimos,
rasgados por el odio. Unas muchachas
agarrándose al miedo, con las túnicas
rasgadas y asomándose
los delicados pechos contra el fuego.
Delgadísimos viejos renqueando
entre el polvo y el aire enfurecido.
La ciudad diluyéndose,
Sodoma o Madrid. Mathaussen o Manhattan.
No sé si eran trenes,
ni en qué lugar el dios, ni a qué creencia,
ni por qué tanto pánico. Y el cielo
era una hoguera rosa que caía
a láminas de sal. Ella, desnuda,
no sé si descendiendo de un vagón
que saliera temprano hacia el infierno.
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Esa mujer de Lot
La casa estaba abierta.
No tuvo tiempo, apenas, de coger esa caja
que rematara, estático, un pájaro de loza.
Tampoco de mirar
aquel viejo retrato de su padre.
La casa estaba abierta y en el zaguán oscuro
un gato que, de lejos, maullaba. Lo quería.
La ropa zigzagueando como bandera extraña
que no perteneciera a ese absurdo país.
La silla que, de niña –la mecedora rota
que guardara memoria de la abuela–,
usara a cada instante,
dormitaba silente en la buhardilla
y el triciclo oxidado
iba arrojando herrumbre por el muro.
La casa estaba abierta, no podía cerrarla.
Tuvo que abandonar las escasas libretas,
amontonar los poemas y olvidar en la estancia
las cartas con que Lot la llevara a su vida.
Tuvo que dejar todo y con la túnica,
esa túnica blanca
que se arrancara un día para mostrarle el cuerpo,
salir, casi descalza, ante el bramido fiero
de aquellas dentelladas de fuego. Iba cantando,
tarareando tiernas
las canciones que antaño le abrieran tantos sueños.
No podía cerrarla, era como una caja
donde Pandora, oculta,
dejara la esperanza de volver.
Y se giró, en los ojos
la memoria de un tiempo tan sencillo
que no quiso zanjar. Giró, de pronto,
y comenzó una armónica carrera.
Sin temer que algún dios
pudiera allí negarle el paraíso,
retornó hasta la casa de su amado.
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Algeciras, AMP Victoria Kent, 2005
23 pp. 20,5x14 cm
ISBN: --
PVP: --
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Amándote en el fuego,
como hábil carroña que esperara
una boca infernal que todo lo encendiera.
Ya ves de cuánto amor te hago la víctima.
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Ciudad contra la lluvia
Levanto la tristeza de mis ojos.
Acá tienes, enhiesta, a la mujer
de vidrio herido y roto.
Por amor es ciudad, y eleva chimeneas
-versos que son gaviotas- por el aire.
Sabe que existe un hombre
que siembra sus cimientos y le traza
sus plazuelas y calles,
arrogantes, sus fuentes, y balcones.
Un arquitecto sordo de su carne.
Un dios cierto y menor,
como todos los dioses que perduran.
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Paseo vespertino en el Reina Cristina
Es tarde y los jardines aún mantienen la luz.
Mantienen esos ojos con que miro
sus victorianas casas, sus palacios.
Mantienen el amor, como si fuera un águila
que, al no querer morir, se ahorque del ocaso.
Mantienen esos dedos,
hechos como gavillas, que me aferran
-como blancos manojos de ceniza-
y el trigo de tu cuerpo
que me dora las sombras de la boca.
Un viento te levanta y eres como una fuente
que en mi espalda salpica todo el tacto.
Un viento que secciona
y me dibuja, en sueños, torbellinos,
donde erizas mis pechos, tan sólo con tocarlos.
No es todavía noche y ya es la noche,
la linde que separa nuestros cuerpos,
como un margen de río, sin contener sus aguas.
Caminamos; camino
hacia dentro de ti. Tú te aventuras
en la selva ruidosa de mi lengua.
Desandas todo paso,
hasta llegar al nido donde todo
se levanta de nuevo. Te he ofrendado mi reino
en esta tarde antigua donde el rito
retorna a la niñez. Y ahora, yo, más pequeña,
con el amor más grande colgando de mi peso
que, ingrave, voy dejando en tus mejillas,
llevo en mis manos rotas un barco vegetal
y una delgada flauta, los mismos, que recuerdo,
juguetes de mi infancia-.
.............................................Y ahora
-cuando miro la tarde y aún no es tarde,
no es tarde, aún, amor-, cuando las rosas
se expanden de silencio y se esconde la lluvia
y todo el firmamento
parece estar dispuesto a su mutismo,
suena, empero, una música
y un corazón se saja de mis labios
y se derrama en ti,
tal si fuera una hiedra. Y te posee.
Trepa como una fiera el corazón
que no quiere morir
y se despeña ardiente y en tu roca
se queda acurrucado y ya no busca
latir en más caricia que tu herencia.
Y esa niña retorna,
tal vez, a ser mujer y a devorarte
y a derribar sus plazas y tus fuentes
y a dejarse rehacer, nuevamente, a tu modo.
Y aún a gritarte, dócil,
-en el silencio ya de, este, su nuevo tiempo-
que la poseas, ames, destruyas, hagas nido
de todas sus alcobas desoladas.
La tarde va cediendo sus matices
y la noche, que sabe
de ese dolor amargo del amor
contra el largo meandro de las horas lejanas,
se rinde clamorosa y sus banderas
nos cubren con la sombra. El firmamento en ónices
ha guardado el paisaje hasta la aurora.
Suena un beso en las ramas y dos cuerpos
se han dejado morir. Se abre la noche.
Los jardines, ardiendo, destruyen ese hotel
y Federico vuelve
a recitar sus versos más oscuros.
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Él escucha los versos que le leo
Desnudo de ilusión se tumbaba en el lecho.
La triste prostituta del dolor lo poseía y, luego,
lo dejaba morir en lentísimas notas.
Abrí sólo una página, y un poema
le arrancó toda losa y el olvido
le devolvió las alas.
Yo pronuncio, desnuda:
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.
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Sevilla, Diputación Provincial, 2006
57 pp. 21x13 cm
ISBN: --
PVP: --
Veo a esa mujer
sentada en las aceras de la vida,
esa mujer que tiene el frío entre sus brazos,
esa enjuta mujer que es una sombra oscura
que se ajusta a mi forma, y tengo miedo
de que el viento la lleve hacia otro sitio.
Tengo miedo de verla
alejarse del tiempo, ser la misma
que ayer miraba atrás y me veía
sentada en las aceras del delirio,
en los golpes de mar contra los pechos,
en el fuego que se alza entre los ojos
cuando vuela el amor. Sí, tengo miedo,
y la miro con pánico y me digo
qué quedará de mí cuando se vaya
disolviendo en su bruma y nada quede.
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El vuelo de la lechuza
Como un copo de luz se alza la vieja iglesia.
El cielo está manchado de negras alas rotas,
los arbustos, ya ralos, donde, oscuros,
los ángeles se esfuman. Miro todo
igual que una lechuza, centinela
del instante de vida en que vivimos.
Atrás las luengas piedras
que quedarán cansinas tras la noche
en que el silencio ocupe cada sombra,
cada beso, el silencio, cada deseo un sordo
griterío de cieno. Sobre el oro
que enmarca la portada, ya encendiéndose,
una cúpula bruna señala hacia el vacío,
los arbotantes abren, arcos de luz, sus arcos
y el óxido desciende
hasta opacar la sed de esa sonajería
que seguirá doblando, después, bajo la lluvia.
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Del continuo retorno de las cosas
Todo empieza de nuevo.
El día se levanta y se enjuga los ojos
con el azul tejido de las horas.
Pienso en ti.
Ya sé que te marchaste, la mañana
como hábil doncella te reclama.
Quedo sola con todas las cosas que me observan.
Un lupanar de cosas recogidas.
Entre todos los bellos objetos de la casa
miro tu rostro antiguo colgado en la pared.
Miro las horas muertas que se fueron,
las que no fueron nuestras
y espero, cadenciosa, tu regreso.
Todo está consumado. Es el presente
el único terreno, el más posible
recuento, el más sincero
lugar donde existimos. Ya, mañana,
levantarán las sombras su guarida
y volverá a ser hoy.
Ojalá que los dioses esperen para luego,
detengan ese baile y nos quitemos,
tras un largo viaje, nuestras túnicas.
Yo volveré a buscarte cada día
y no habrá más infierno que tu ausencia.
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Mirador
Todo lo que no es tierra se dibuja en el aire.
Así, como las nubes, haciendo y deshaciéndose,
como el sol, sempiterno en espacios de sombra,
como raudos caballos procreados en cúmulos.
Igual, como el vapor;
igual, como las gotas de la lluvia;
como líneas de luz en las que flotan sueños,
vemos por las ventanas de los siglos
calladas multitudes, acaso ya invencibles
a los ojos de piedra de los dioses.
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Gnosis
Ya nada sé de ti, y lo sé todo.
Nada tienes de mí, después de poseerme.
La vida es esa cárcel que mutila,
que separa las muertes y, uno a uno,
deshacemos lo hecho. Dame ahora
la mano que me toca y nada digas.
Lo mejor de lo oculto es el silencio.
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Acaso más allá
Acaso más allá, cuando llegue la noche.
Más allá, junto al próximo beso.
Más allá, cuando el calor decaiga.
Más allá, cuando ya nada diga.
Más allá, cuando pase la muerte.
Más allá. Acaso, más allá.
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Las lágrimas de Orfeo
Lloran las hojas secas de los árboles
y el sol las atraviesa como un puñal ardiendo.
El universo entero se ha secado;
el mar, un hervidero de galeones, islas;
las montañas retumban,
deslizan secos ríos por sus faldas
y yo cierro los ojos. Si no vuelves
se morirá la vida, todo esto
se apagará y un libro muy oscuro
recogerá mis versos ya borrados.
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Tocata y fuga
Si me dices ahora:
................................. Ven al mar,
huyamos hasta el puerto,
caminemos desnudos sobre el agua,
crucemos desde el día hasta la noche,
dejémonos morir.
............................... Si tú me dices
que la vida existió antes de oírte
pronunciar con dulzura estas palabras,
antes de que la sangre nos uniera,
de que el puñal del beso
atravesara, cruel, nuestras dos carnes,
de contemplarme muerta, como estoy, en tus brazos,
verás, frente a tu rostro, el rostro incrédulo
de una mujer que, ciega, va siguiendo tus pasos.
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